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Unas vacaciones en el mar

enero 16th, 2012 - la gaceta de salamanca - Sin comentarios

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 15 de enero, 2012)

Los cruceros son eso: “de lujo” cuándo las cosas van bien pero se convierten en un infierno cuándo hay problemas. Ya lo decía Fernando Díaz-Plaja en su “Manual del Imperfecto Viajero”, un libro cargado de humor dónde se contaban cosas muy serias como la de aquella millonaria que en plena marejada ofreció toda su fortuna a quién le pudiera sacar del barco con un helicóptero. Y lo decía muy convencida, tanto como mostraba su arrepentimiento por haber embarcado en la nave aunque lamentar en plena tormenta no sirve para nada.
Ayer un crucero encallaba frente a la costa de una pequeña isla en Toscana, y a consecuencia del golpe se escoró, hubo escenas de pánico, y se produjeron víctimas mortales. Los que salieron vivos cuentan el espanto de moverse entre la oscuridad intentando alcanzar la parte alta de la nave para evitar caer al agua, “como en el Titanic” decían algunos supervivientes y no les faltaba razón porque el recuerdo de la película nos lleva a imaginarnos lo peor.
Habrá que esperar a lo que diga la investigación pero resulta extraño que un barco moderno, dotado de todo tipo de comunicaciones, pueda encallar en un mar en calma. Pero ha sucedido porque nadie, ni un crucero de lujo, está libre de tener un accidente. Y pocos, por no decir ninguno, sabemos reaccionar cuándo ocurre. A todos los pasajeros se les da un minicurso de cómo reaccionar en caso de peligro pero no todos prestan gran atención, y no todos los pasajeros son atletas consagrados capaces de descender por una escalera inclinada. Ocurre lo mismo en los aviones: si realmente pasa algo grave apañados estamos si creemos que con la demostración que nos dan señalando las puertas de emergencia es suficiente. Y eso que nos dicen que delante de nuestros asientos tenemos las instrucciones y que deberíamos leerlas, ¡un premio para quién lo haga!
Los pasajeros cuándo hay una emergencia somos el primer incordio. Lo suyo sería ensayar protocolos de emergencia varias veces al día, y hasta dar un cursillo antes de embarcar en un crucero pero entonces nadie se montaría porque uno va al mar a sentirse un privilegiado y no a pasar miedo. Pero la vida no es siempre como aparece en los catálogos de las agencias de viaje, (así como los bocadillos nunca son cómo en las fotografías en las que se anuncian en los bares de carretera). Un barco escorado a estribor como el “Costa Concordia” es un mal reclamo turístico pero ocurre. Pagar mucho dinero por una suite en un crucero de lujo no garantiza no acabar en la cubierta de un pesquero con una manta. La vida es muy jodida y navegar mucho más, no es el mar territorio para señoritos.

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Daños colaterales del cine

enero 8th, 2012 - la gaceta de salamanca - Sin comentarios

(Publicado en “La Gaceta de Salamanca”, el domingo 8 de enero, 2012)

Desde que Punset anuncia rebanadas de pan tiernas y Fidel Castro pregona el fin del mundo, (pero sin darse él por aludido puesto que espera superar tan nimia circunstancia), nada es lo que parece. Y entre esos desengaños están los de la pantalla grande que nos ofrece escenas auténticas que tienen poco que ver con la verdad. Eso sí, el cine sigue siendo el bello arte de mentir veinticuatro veces por segundo, (Goddard sostenía lo contrario pero hay que tener en cuenta que era director y uno nunca reconoce que trabaja para el mal salvo que le interrogue la Gestapo en un sótano mugriento). En el cine se miente pero con un estilo que dan ganas de dejarse engañar toda la vida, a fin de cuentas el amor no se diferencia mucho porque también tiene sus mentiras consentidas.
Penélope Cruz desvela que cuándo tenía 18 años las escenas de sexo en “Jamón, Jamón” le provocaron no pocos traumas. No hace falta ser actriz, o actor, las consultas de los sexólogos están llenas de personas que tienen traumas con “lo suyo”, pero sólo una de ellas llegó a alcanzar un Óscar y se casó con el protagonista de la película y esa es la chica de Alcobendas. Es aquello que decía Oscar Wilde que la mejor manera de vencer una tentación es dejarse caer en ella.
Al menos Penélope Cruz ha sabido verbalizar su trauma y de paso se ha liberado de él, ni todo el mundo sabe ni todo el mundo puede. El sexo mal entendido le sirvió a Freud de base para publicar profundos tratados de actividad clínica-sexual; y aún hoy, (alejados de la sociedad del XIX), el test de Roscharchd lleva a muchos a ver figuras “copulantes” dónde tendrían que aparecer ramas de sauce llorón. Uno nunca sabe por dónde afloran esas calamidades eróticas, si acaso son producto de un destete temprano o que en la guardería sólo mimaban a los bebés rubios. Pero sin duda que deben ser los efectos secundarios del “sexo mandamiento” tomado como un malestar general del que se desprende un sentimiento de culpa y otro de pecado ominoso. Otros que no son Penélope y que no distinguen vivencias del guión lo pasan muy mal.
Por cada vida sexual echada a perder se fabrican cien póster de chicas californianas para colocar en la pared. Dicen que el primer síntoma de la soledad sexual lo nota el hombre en sus pulmones, (cuándo se cansa de soplar para que la muñeca tome forma). Por eso son tan llamativas las declaraciones de Penélope Cruz, porque son valientes y ha hecho reflexionar a más de uno. Las calles están llenas de gimnasios para fortalecer los músculos pero andan vacías de espacios para estirar las emociones y así tan arrugaditos, tan poca cosa, no vamos a ninguna parte.

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