Entradas etiquetadas como ‘crónica’


El líder doblemente liberado

julio 4th, 2010 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Sabíamos que el 1 de julio subía el IVA pero de lo que no estábamos enterados es de que caducaba Vicente Rodríguez. Cuando mejor juego desplegaba en el conflicto del metro de Madrid y más agresivo se mostraba, el sindicato decide hacer un cambio para enviarle al banquillo. A Vicente Rodríguez le sustituye Antonio Asensio que tiene perfil más de centrocampista reflexivo, lo cuál es una lástima porque Vicente de cabeza iba muy bien y como defensa no dejaba pasar una, (ni uno).
En Comisiones Obreras sostiene la tesis oficial que le han relevado no porque quisiera “quemar Madrid”, ni porque tuviera un lenguaje cañero si no porque había llegado el momento. Pidamos que rujan unas vuvuzelas para quejarnos. Eso no se hace, cuando nos habíamos acostumbrado a los arranques de Vicente, (que prometía convertirse en un sólido líder de megáfono y barricada), lo cambian en mitad del partido para dar otra imagen.
La huelga del metro de Madrid, sin Vicente Rodríguez, va a ser otra cosa, mucho más aburrida y descafeinada. Nos quedamos sin la “final” Rodríguez/Aguirre que hubiera sido cumbre de lo cheli y del “¿Qué pasa, eh?”, “pos ná”. Ahora Vicente es un líder doblemente liberado, del sindicato y de sí mismo, una gran liberación. Eso sí, tendrá que volver a casa, a pie, como todo el mundo porque “Metro recuerda a los señores viajeros que las estaciones permanecerán cerradas por el incumplimiento de los servicios mínimos. Rogamos disculpen las molestias”. No somos nadie, Vicente.

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El monopoly de Gallardón

abril 6th, 2010 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Gallardón consiguió casi un milagro al estilo de Moisés: separar las aguas del tráfico para que las autoridades pudieran caminar un lunes a las doce de la mañana por el centro de la Gran Vía, y de paso sustituir el tradicional concierto de claxon por la Banda Sinfónica “2 de mayo” que se arrancó por Chueca con la misma pieza que sonó hace cien años. Federico Chueca, ese Wagner castizo, irónico y vitalista, que fue alabado por Nietzsche como músico de mayor talento que el compositor alemán. A “La Violetera”, (hoy jubilada), le sustituye una reproducción a escala de los edificios de la Gran Vía, de tal modo que para la posteridad queda el monopoly de Gallardón justo en el centro del cuadro de Antonio López. Es decir que si el pintor tuviera que actualizar el lienzo se vería obligado a añadir el monopoly, algo que sería tan raro como si a Velázquez le hubieran pedido que añadiera otra menina. En el libreto de “La Gran Vía” que organizó el protocolo municipal para lo del monopoly no tuvieron sitio ni la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ni la presidenta de la Asamblea, Elvira Rodríguez. La presidenta regional no estuvo en la calle inaugurando pero sí en la posterior recepción oficial. Sí estuvo presente en todos los actos José Blanco que es ministro de inauguraciones y con mayor entusiasmo cuando son en Madrid. También apareció Fernando Fernández Tapias quién no se sabe si fue invitado en su condición de notable naviero y por aquello de Madrid puerto de mar. Una recepción variopinta y colorida puesto que la Gran Vía siempre ha sido cosmopolita, atropellada y plural. Por eso en un mismo salón cabía un rey, un sindicalista, Cobo, Bono, Ana Botella, Zerolo, Enrique Cornejo, Ángel Pérez, Tomás Gómez, Soraya Sáenz de Santamaría, Lina Morgan, Laura Valenzuela, Leguina, David Lucas, Barranco, Enrique Loewe, Sara Montiel y un militar de alta graduación. Algunas lenguas malvadas aseguraban que algunos, (y algunas de los presentes), hicieron doblete puesto que por su edad bien pudieron haber asistido a la ceremonia de Alfonso XIII, aunque este término no quedó confirmado. El chascarrillo es también una de las nobles artes que se manejan en esta vía castiza que durante un tiempo fue de José Antonio, (en función de ideólogo del régimen de Franco), y que hoy es “franquicia” en cuanto a la comida, a la moda y al teatro. También fue avenida de Rusia pero eso tampoco queda. No asistieron, pero estaban, los fantasmas de Ava Gadner, Hemingway, Perico Chicote, Concha Piquer, Lola Flores, Enrique Tierno Galván y Alfonso que fue el fotógrafo que captó al toro que mató Fortuna en la Red de San Luís. Hubiera sido un encuentro que habría fascinado a Ignacio Amestoy que con los personajes del pasado construye obras de teatro que nos dan claves del futuro, igual que hacía Valle Inclán. En representación del glamour de entonces estaba la española que más tiempo ha aguantado en un cartel, Sara conocida por “Saritísima”, sin puro porque tanto ella como Fidel han decidido que ha llegado el momento de cuidarse. Porque La Gran Vía ha sido de cine, zarzuela, copas y chotis. Ya veremos lo que pasa dentro de cien años en este monopoly.

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La matinal de los sindicatos

diciembre 13th, 2009 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Una extensa mancha roja de lado a lado de la calle. Se buscaba la foto del poder de los sindicatos y se consiguió reunir de manera notable a representaciones venidas a Madrid de toda España. Muchos con el cansancio de una larga noche en autobús, ojeras “rojeras”. Otra cosa es preguntarse por qué han esperado hasta el día 12, del mes 12, a las 12 horas, para ponerse en marcha y por qué no lo hicieron antes, si acaso los motivos han cambiado mucho de ayer a hoy. Todos contra el desempleo, sí, ¿pero contra quién en concreto?, ¿a quién se le carga el mochuelo de la crisis?, la cabecera de la manifestación no podía ser más confusa, junto a los líderes sindicales estaban Pedro Zerolo y concejales socialistas del Ayuntamiento de Madrid, pertenecientes al partido que gobierna y que tiene la responsabilidad de tomar decisiones económicas. Así las cosas la presencia de Celestino Corbacho no hubiera resultado extraña.
Los actores conocidos, los que forman “el equipo médico habitual” contra el PP, emergieron en la tribuna de la Puerta de Alcalá; de manera hábil evitaron el recorrido a empellones entre la multitud. “Alguien” había olvidado retirar las vallas entre la cabecera y el escenario, y de no ser porque “alguien” levantó una de ellas, los miembros de la cabecera hubieran salido magullados y con las chaquetas hechas jirones. En fila india y mesándose los cabellos pasaban con cuenta gotas entre manifestantes, banderas, curiosos, pancartas y un cordón de seguridad tan inútil como mal organizado. Sin duda que esa valla la puso Díaz Ferrán que era el malo de la película, la patronal como gran obstáculo para la recuperación económica española. Y para completar la sátira la música de “Macaco” que cantaba “moving”, (con el disco rayado dando saltos), mientras los líderes sindicales apenas podía moverse por culpa de las malditas vallas amarillas.
Al personal le divirtieron más las ocurrencias de Wyoming, (ha nacido un líder para la causa. Ya lo dice Gallardón que Wyoming es “muuuy bueno”), que los discursos de Toxo o Méndez, anclados en una retórica tan antigua como ya repetida mil veces. El malo es el empresario y Esperanza Aguirre también, los buenos son ellos y Zapatero no tiene culpa de nada, (salió indemne de los escasos gritos que se escucharon durante el recorrido). Mucho ruido de bocinas, mucho petardo lanzado por los representantes asturianos, y algún bailecito gracias a la percusión de un grupo tipo Mayumaná. Y para que nadie se fuera sin descargar adrenalina se repartieron huevos con los que se podía hacer prácticas de tiro contra una foto de Díaz Ferrán.

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Muerto lejos de la estadística

agosto 16th, 2009 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

“No beses, no des la mano”, (dice la sábana que cuelga en el Colegio de Médicos de Madrid); habría que añadir “y no viajes”. Felipe Pérez, 48 años y sano, partió de Málaga el pasado 15 de julio rumbo a Copenhague. Luego embarcó en un crucero y más tarde el virus se embarcó en él. Las recomendaciones llegan tarde para este hombre joven que trabajaba en algo tan poco peligroso como es el campo de golf de Mijas. Es la penúltima víctima de la Gripe A.
Sanidad alerta de que el virus golpeará fuerte a partir de octubre, pero desde ya es recomendable atender las recomendaciones si no queremos dejar de toser para siempre. Saludar sí, pero a la japonesa; besar pero en morse; tocarse sólo en caso de extrema pasión, (y allá cada uno con las consecuencias), y abrazar poco. En Toledo, por primera vez en varios siglos, se recomienda no besar la Medalla de la Virgen del Sagrario. No es sacrilegio por parte del consejero de Salud, ni ateismo radical, es prevención. E igual que la patrona de Toledo se queda sin el beso de sus devotos también se recomienda beber de los botijos empinándolos para no rozarlos con los labios. Un simple porrón que pase de mano en mano puede provocar un desastre vírico.
Lejos de presumir de pañuelos bordados con iniciales la elegancia está en los pañuelos de usar y tirar, los recomienda la Ministra de Sanidad. Y, también, poner la mano en la boca al primer cosquilleo nasal que anuncie el estornudo. A partir de octubre parecerá que nos hemos vuelto más antipáticos, más distantes, (algo japoneses), pero sólo será por prescripción facultativa.

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Madrid 7.38 am

marzo 11th, 2009 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Madrid lo aguanta todo, cinco años después el paisaje en las estaciones de Santa Eugenia, El Pozo y Atocha no guarda huellas de la catástrofe del 11-M, tan sólo hay unas flores frescas recién atadas a las verjas que dan a las vías, un recuerdo por las almas perdidas en la calle Téllez. Justo a la altura donde aquella mañana los bomberos tuvieron que derribar los muros para sacar heridos ahora hay un parque infantil de columpios coloridos, una estampa muy alejada de lo que allí mismo ocurrió. Cinco años después los trenes parten con idéntica puntualidad de Alcalá de Henares destino Madrid-Atocha para recorrer la misma vía en la que descarrilaron 191 vidas y resultaron heridas otras mil quinientas personas según los cálculos oficiales. El trayecto dura cuarenta minutos pero es conocido que algunos no acabaron de hacerlo nunca. Hoy en los trenes de cercanías que se dirigen a Madrid desde el corredor del Henares se escuchan conversaciones en varios idiomas, en esa pequeña torre de Babel llena de trabajadores sin corbata se habla a través del teléfono móvil y conseguir un asiento es un triunfo; hay veces que se llenan hasta las escaleras que dan acceso al piso superior. Los viajeros se observan sin detener la mirada mucho tiempo en un mismo punto, en el vagón se mira sin sacar conclusiones; se guarda silencio como si estuvieran en una biblioteca ambulante que pasa por los pueblos. La calma será cosa del sueño, o quizá del traqueteo de mecedora que dan los saltos de las vías que aflojan los cuellos de un lado a otro hasta parecer que las cabezas se sostienen por un muelle. Una calma que se rompe cuando la voz grabada pregona la inminente llegada a una nueva parada, por los paneles se anuncian el destino y la temperatura exterior, dentro esa languidez de invernadero. Hay quién prefiere no recordar lo que ocurrió hace cinco años porque no se ha quitado el miedo, ni ha podido digerir las imágenes de la tragedia mil veces repetidas. Sólo en el cine los buenos mueren a cámara lenta y con banda sonora porque en la realidad no da tiempo a hacer una última llamada, de repente se apaga el día y punto. Nelson, un ecuatoriano de mediana edad, hace cinco años aún estaba en su país pero sabía que sus hijos usaban esta línea para ir al trabajo. Él no conoció la dimensión exacta de los atentados pero hasta Ecuador llegaban las noticias inquietantes del rescate de las víctimas, tiempo después se vino a Coslada a cuidar los nietos. En la estación de Santa Eugenia Amelia espera en el andén, está sola, cuando se quita las gafas se le nublan los ojos al recordar que aquella maldita mañana a Miguel Ángel, su sobrino, la explosión le dejó sordo pero vivo. Llegado un momento sus oídos decidieron dejar de escuchar lamentos y cerraron sus puertas al espanto para siempre. El hall de Santa Eugenia es pequeño, para acceder a la vía que conduce a Madrid hay que subir una escalera estrecha que termina en un punto de luz y en un viento seco y frío. Allí también espera Julián que es taxista y que recuerda como esa mañana estaba por la zona y no dudó en aparcar el coche y el trabajo para rescatar víctimas, (por el tono de su relato se nota que Julián después de lo vivido también es “víctima”). Los que vivieron aquellas horas lo hacen sin elevar mucho la palabra, como si temieran no haber hecho lo suficiente. Luego el tren avanza hacia El Pozo. Los vagones tienen dos plantas, la de arriba parece la cabina de un viejo DC-3 con la bóveda curva y la chapa metálica, conservan un aire de película futurista de los años treinta si no fuera por los extintores que dan una nota de color a un gris predominante. Por las ventanillas entra una luz clara, diáfana, ideal para pintar cuadros de ángeles celestiales barrocos. El exterior es una alternancia de imágenes de polígonos industriales con amplias extensiones de campo, algunas zonas son huertos cultivados que a estas alturas guardan el silencio del campo en el invierno. Antes de llegar a la parada de El Pozo el tren pasa por un puente que deja abajo un río de aguas oscuras y árboles que podrían figurar en un cómic de aventuras góticas. Más adelante el convoy chirría hasta detener su marcha, y una vez que se abren las puertas parece que resopla cansado por el esfuerzo contenido. Los bancos de hierro de El Pozo donde esperan los viajeros fueron entonces usados como improvisadas camillas que transportaban heridos en un continuo viaje de ida y vuelta entre los amasijos de chapa. Isabel, igual que Alberto, esa mañana escucharon las explosiones porque viven muy cerca. Ella, estudiante de Económicas, se quedó en casa y Alberto se acercó para echar una mano pero no le dejaron pasar porque ya bastante tenían con el desorden del atentado como para dejar que todos los curiosos se mezclaran por la zona. Alberto dice no tener miedo, Luís tampoco aunque admite que tuvo suerte porque aquel día le tocaba librar, en otro caso hoy estaría para contarlo. Peor destino tuvieron dos vecinos de María del Mar que madrugaron para coger el tren de la muerte haciendo inexacto ese refrán que afirma que al que madruga Dios le ayuda. El precio hasta Atocha es de cinco euros con diez céntimos, curiosamente te garantizan la ida y la vuelta. No ocurrió así el 11 de marzo de 2004. En el destino aguardan las mismas escaleras mecánicas que estaban atestadas de gente cuando la segunda bomba hizo explosión, algunas televisiones emitieron esas imágenes que muchos tienen presentes. Otros sencillamente prefieren no hablar porque no les apetece rememorar lo que vivieron, supongo que pasaría igual si alguien quisiera preguntar a los que Robert Capa fotografío en las lanchas de desembarco ante las playas de Normandía. Saben que hoy es otro aniversario porque hay cámaras de televisión y algunos extraños nos hemos colado en sus vagones para hacerles preguntas, pero ellos hacen este trayecto cada día, suyo es el luto y a ellos les corresponde si quieren el silencio. Mañana volverán a pasar por el torno del acceso a los andenes, volverán a esperar de pie la apertura eléctrica de las puertas de los vagones. Ellos, los viajeros habituales, son los que hacen que esta crónica de madrileños no acabe en vía muerta.

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Garzón el juez abatido

febrero 22nd, 2009 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

No fue tanto por el peso de los legajos que componen las variopintas causas que tiene abiertas, ni por el amago de recusación del PP, ni por el ego crecido, ni por la charla con Bermejo en la que “sólo” hablaron de muflones, ni por revisar la película de “Los Bingueros” para entender la trama de Correa que tiene “bigotes”. Garzón cayó herido cuando se miró en el espejo y la vida le vino de sopetón; notó un dolor intenso, un escándalo de voces en una montería. El miedo le lanzó una flecha al corazón que rozó a sus escoltas. Al Cid le mató una flecha pero al juez sólo podía herirle levemente para abundar en su leyenda, a poder ser en hora de máxima audiencia de informativos.
Saldrá un brujo brasileño contando que fue obra de un muñeco con agujas, pero tampoco será cierto. No hay budú, parece que ha sido la venganza de la madre de Bambi la que le chafó la semana. El cuerpo, por muy excelso que éste sea, pasa facturas sin respetar la división de poderes. Al juez estrella le retiró, momentáneamente, una subida de tensión. También las estrellas se agotan, allá en la “lejosfera” y aquí en la tierra de los presuntos. La semana que viene citará a declarar a sus coronarias que pueden ser acusadas de falta de riego, o lo que es lo mismo de obstruir la acción de sus glóbulos rojos cansados de escalar a trote vivo las mediáticas escaleras de la Audiencia Nacional. Más le vale tener coartada.

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Las amistades virtuales

enero 25th, 2009 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Esteban González Pons organizó un baile de máscaras dedicado a la militancia en Internet. Lo primero era que el personal se reconociera y no es fácil porque en ?face book?, o en ?tuenti?, la gente pone en su perfil la foto de las vacaciones y sin la palmera de la playa caribeña detrás no es tan sencillo. Así que se perdió un buen rato en el ?¿y tú quién eres?? que por otra parte tenía su encanto. González Pons en su calidad de pianista del ?saloon? había convocado la fiesta en mitad de una ?balasera? política, allí estaban los sospechosos, los sospechados y los que investigan la sospecha, (Comunidad de Madrid, Ayuntamiento de Madrid y dirección nacional del PP). Título de la película: ?Nadie conoce a nadie?, que era de terror-pánico y española. Hay veces en las que la realidad supera a las películas por mucho tirón que tenga Internet, más de uno silbaba la banda sonora de James Bond pero mirando hacia otro lado con disimulo no le fuera a costar la militancia.
En la calle había un vendaval cuyas ráfagas llegaban dentro colándose por los arcos de seguridad. En un pasillo le decía Esperanza Aguirre a Antonio Basagoiti ?parece que el temporal amaina?; justo después el alcalde de Madrid entraba llevado por un huracán, apenas saludó a nadie y se perdió la llegada de Rajoy por acelerado. El tenso ambiente del principio invitaba a preguntarse si no hubiera sido oportuno convocar a los ?cascos azules? que seguro también tienen página web (y les hubiera hecho ilusión), no fuera a ser que se terminaran partiendo la ?face?, pero literalmente. Por un lado Aguirre, por otro su ex consejero Alfredo Prada, más allá Manuel Cobo y al fondo Soraya Sáenz de Santamaría junto a Dolores de Cospedal que para eso el mando debe permanecer unido cuando arrecia la galerna; en medio los de la ?quedada?, algunos con pocas horas de sueño porque habían recortado la noche del viernes a base de copas. También estaba Mayor Oreja con ese loden azul de todos los inviernos, muy alejado del perfil del joven crítico internauta.
Nacho Uriarte, siempre en mangas de camisa para demostrar que preside las Nuevas Generaciones, hizo un discurso confuso en el que mezcló la revolución de Internet con los Reyes Católicos, como si Boabdill hubiera sido un virus troyano-nazarí. Tribuna de oradores al margen lo más divertido estaba en un lateral donde habían apañado un lugar con ordenadores y cálida música ?chil out?, (evidentemente allí no se escuchaban los discursos pero se practicaba ?el conocimiento? chico-chica), un ambiente de pub pijo donde luego el consejero Güemes abrió la caja de los truenos, cinco pasos más atrás las gafas oscuras de Fabra.
Pero no olvidemos que era un encuentro de virtuales que se querían conocer saliendo de la pantalla del ordenador como hizo el protagonista de ?La Rosa Púrpura de El Cairo? en el cine. Y entre ellos la más ?popular? era Paqui Vicente, ?¿conoces a Paqui de Murcia??, preguntaban. Paqui, para no decepcionar se había puesto la cazadora roja con la que sale en su perfil de ?face book?. El premio a su constancia es que está en todas las fotos, hasta con el tímido Daniel Sirera, (igual que en los catálogos de hoteles de Paris aparece la Torre Eiffel en todas las ventanas, Paqui logró estar con todos los dirigentes del PP). Luego se quitó la cazadora roja de la quedada azul porque hacía un calor de calma chicha, de tregua por unas horas, más virtual que otra cosa.

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Cierre con karaoke nupcial

septiembre 8th, 2008 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Pedro Castro es un showman, un crack de los escenarios aunque hay que ponerle subtítulos porque se atropella, por eso nombró a Zapatero ministro del Interior mientras Rubalcaba se partía en la butaca, y a Blanco le cambió dos veces el orden del discurso. Aunque a Sotillos le llame ?nueva secretaria de comunicación? y acto seguido añada: ?¡a ver si lo digo bien, coño!?, (con el micrófono abierto), a Castro le quieren y le respetan. Cuando quitaron el play-back para que el auditorio entonara ?La Internacional?, el alcalde de Getafe se la sabía y hasta la bailaba un poco con la cabeza, pero Blanco y otros la tienen en el baúl de su pretérito imperfecto. Faltó un karaoke para los más despistados, se veía a muchos con ganas de cantarla pero la desconocían, (minutos antes habían envuelto el cuadro de Largo Caballero en la tienda, menos mal, así le evitaron otro disgusto). Y luego foto en la escalera de los nuevos ?Hombres G?, (de Gómez). Son muchos, más que una excursión de escolapios por la sierra. Todos felices y electos por el 82,8 por ciento. Prueba de los nuevos tiempos es que Lissavestky podía charlar amigablemente por los pasillos, (la época en la que le tocó ser secretario general los pasillos eran pasto de francotiradores). Lissavestky, siempre tan correcto, te da la mano y te sientes como si estuvieras en un podio.
El premio a la constancia hay que dárselo a Antonio Hernando, se ha chupado todas las sesiones a pie de escenario. Se notaba que el personal tenía ganas de domingo, de ahí los silbidos a Pedro Sánchez, concejal de Madrid. Le gritaron ?¡guapo!?, el chico debía saberlo porque no se sorprendió. En el cuadro de honor ascendieron puestos Trinidad Rollán, ex alcaldesa de Torrejón, y la ministra Beatriz Corredor a la que se le está poniendo cara de ?alcaldable?, (al tiempo y con permiso de Zerolo). Felicidad también en la cara de Trinidad Jiménez que después de recorrer mundo se ha convencido de que su universo está en Madrid. José Cepeda gana peso, con perdón, será el alma-látigo del grupo parlamentario regional. Sorprendió la presencia de Enrique Guerrero, ¿Qué hace el asesor de Solbes en el PSM?
Una compromisoria me dio la clave, la indumentaria: ?ha sido el Congreso donde la gente viste normal; cuando se reúne la ejecutiva nacional lo que no es Roberto Verino son tacones de Manolo Blahnik?. Con unos ?manolos? no pega cantar la Internacional.

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Enterrador por un día

abril 29th, 2007 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El inquietante oficio de enterrador pone punto y final a la serie sobre los trabajos más denostados por los españoles. El presentador del programa «El Mundo en Portada», de VEO televisión, Rafael Martínez-Simancas se mete en la piel de un sepulturero. El miedo, el asco y la repulsión son emociones prohibidas. Por 1.200 euros al mes se «convive» con la dramática rutina de la muerte.

un día duro. Nuestro ?sepulturero? remueve la tierra.

Levantando una lápida, una de las tareas que más fuerza requiere.n.

Por último, descanso en el vestuario, donde se charla y se juega a las cartas.

Por Rafael M. Simancas

Medio Madrid debe de estar desayunando café con churros a esta hora temprana del día, y nosotros (la cuadrilla del turno partido) desenterrando un cuerpo que lleva más años muerto de los que pasó vivo. Pero no hay nada que sea sórdido o que pueda servir para argumento de un relato de terror; al revés, una luz blanca de un sol naciente cambia las sombras del cementerio por la realidad de un trabajo como otro cualquiera aún con sus matices. Mi compañero está metido en la fosa, bastante profunda. Tendrá que salir apoyándose en la pala. Trabaja en manga corta a pesar de que en la superficie hace frío, un viento helado de febrero que tan propio es para desenterrar muertos.

A dos metros y medio bajo tierra se siente el calor, sobra la chaqueta, se nota la humedad y se trabaja con diligencia: en la superficie la pala amontona la tierra y restos humanos, ropa y lo que debió ser una corona de flores con una cinta de letras doradas que se borraron. Estamos en un proceso de «reducción», y cada miembro de la cuadrilla sabe lo que tiene que hacer: en el capacho, los jirones irreconocibles de la mortaja, la guata de la almohada del ataúd y el despojo de la corona; en la carretilla, la tierra. Y en un ataúd metálico acaban los huesos, en una caja diminuta cubierta con una sábana que sirve de último sudario, póstuma unión familiar. Las tibias en las películas son blancas, las de verdad marrones y con extremidades muy negras, como si hubieran ardido. Hay que reconocer que para empezar el día es una emoción fuerte, ningún otro oficio se puede comparar con éste.

Ellos, los sepultureros del cementerio de La Almudena de Madrid, se extrañan cuando les cuento que pocos españoles quisieran hacer su trabajo, «pero no está tan mal, una media de ?.200 euros y a las tres a casa, o a las seis si eres del turno partido. Eso sí, en una oficina no te manchas el traje, puedes salir de bonito a la calle, y no tienes que aguantar las bromas de los vecinos. La gente nos pregunta cosas de lo más absurdo, se creen todas las películas que echan por la tele».

Invisibilidad. Los sepultureros, mis compañeros, han desarrollado un sentimiento de protección como los que tiene cualquier tribu. Casi todos tienen parientes que trabajan en alguna actividad relacionada con el cementerio. Pueden dar el aspecto de duros, o de invisibles porque nadie se fija en ellos, pero en realidad forman un grupo de buena camaradería, dispuestos a colaborar, con humor sano (cuando nadie les escucha) pero sobre todo con un enorme sentido del respeto y del honor, como podrían tener las tropas de los tercios de Flandes. Si el honor se puede defender con una pala igual que con una espada, los enterradores son los caballeros del campo santo. Para descansar se me ocurrió recostarme en una lápida y uno me dijo: «Eso nosotros no lo hacemos. Nos parece poco respetuoso».

Por lo tanto el cementerio tiene sus reglas que se deben observar, y los sepultureros tienen también las suyas: a nadie se le obliga a realizar el trabajo más duro, es cuestión de turnos. Si uno lleva el furgón sabe que otro bajará a la fosa, pero luego será al revés, y están prohibidos los sentimientos de asco, de repulsión o de miedo; («A mí las películas de terror me dejan exactamente igual. Le tenía miedo al avión pero luego me quedé dormido en un viaje que hice a Punta Cana. Tenía que hacerme el fuerte delante de mis críos», dice Paco, un hombretón que podría ser un perfecto secundario de western. En realidad en el cementerio no huele a muerto sino a humedad añeja, a tierra quieta, un olor que se te mete en la ropa («tú tranquilo chaval, el primer día hasta te lavas las manos con limón creyendo que todo el mundo te va a oler, pero en realidad lo llevas dentro de la nariz»).

Como barco fantasma. Sorprende la rapidez de sus movimientos. En una segunda actuación y en apenas tres minutos se ha completado la exhumación de un cadáver que llevaba en el nicho desde ?97?. En este caso los familiares se han perdido cómo golpean el ladrillo que cubre el nicho, cómo surge el ataúd deshecho igual que las maderas de un barco fantasma, cómo sacan los restos dejándolos en el suelo y cómo apartan la mortaja a un lado y los huesos a otro. Más tarde terminarán de sanear el nicho para dejarlo preparado para un nuevo enterramiento al día siguiente. Estos trabajos se realizan a primera hora, antes de que empiecen a llegar los coches fúnebres con los nuevos inquilinos y se hace aposta para evitar una imagen que podría resultar desagradable para no iniciados.

La tierra se mueve en La Almudena, nunca está quieta. Puede que pasen ?0 años, o ?00 en algunos casos, pero siempre hará falta la mano del hombre para organizar las sepulturas. Un trabajo a pico y pala en el que no interviene la tecnología porque las dimensiones son muy reducidas, no cabría una máquina excavadora, las tumbas están muy cerca, demasiado en algunas ocasiones.

El agobio de la gran ciudad se refleja también en una necrópolis centenaria en la que han ido a parar los madrileños que dejaron de serlo, y en la que también hay barrios caros y zonas comunes, donde igual hay espacio para mausoleos de diseño vanguardista que para tumbas populares, de monjas o infantiles. La zona VIP de los mausoleos provoca extraños compañeros de viaje: Lola Flores y su hijo Antonio junto a Tierno Galván y muy cerca los aviadores alemanes de la Legión Cóndor que participaron en la Guerra Civil, y más allá la tumba de Fernando Martín a la que a diario acude su madre a poner margaritas blancas frescas. En un rincón varias cuadrillas exhuman, en «el cuartel de los niños», tumbas de chiquillos que murieron antes de acabar el siglo XIX.

Es una actuación que recuerda mucho la construcción de trincheras en un frente de batalla, se trabaja con rapidez para dejar la zona apta para nuevos enterramientos y para reforzar un terreno que se ha vencido por el paso de las lluvias. La comparación con las trincheras define bien el trabajo de batalla y de grupo, el objetivo es ganar la partida a la muerte que todo lo detiene, y permitir que los vivos puedan planificar los próximos ?00 años de la zona.

Soy un sepulturero invitado al que dan la opción de probar todas las técnicas. De manera gentil, pero con cierta sorna desconfían de que me vaya a meter en una fosa profunda para sacar tierra. Antes de saltar al hoyo que me parece un abismo les pregunto si podré caer en falso, «no te preocupes, por debajo de ti hay tres cuerpos más, y encima de ellos tierra compacta, resistirá tu peso». Al coger la pala se ríen porque me ven como un niño haciendo castillos de arena en la playa, demasiado imberbe, en realidad hay que trabajar con su técnica: pisas pala, la hundes y levantas lo más cargada posible. Así una vez, cuatro y hasta cien.

Vaciar una fosa como esa supone mover nueve toneladas de tierra, casi como nueve coches pequeños. Tras llenar cuatro carretillas me detengo agotado, me miran con el cariño y la sorna que se le tiene a un novato. Ellos lo habrían hecho más rápido e incluso echando la tierra por encima del hombro, a movimientos rítmicos como el que manda bogar a los remeros. El único consejo que me dan es: «Cuando toques caja avisa», y pienso que en las películas de piratas dicen lo mismo cuando se refieren al cofre con el tesoro.

Los sonidos del cementerio son brutales, primitivos, los mismos que lleva haciendo el ser humano desde hace miles de años. La tierra excavada suena a dentellada de animal salvaje, parece que se queja porque le obligan a salir del letargo. La tierra cuando cae sobre el ataúd recién depositado hace una percusión que duele en el estómago y eriza el pelo de los brazos. Les acompaño a un par de sepelios que son muy seguidos, y siempre la misma actuación en silencio.

El ritual exige dirigirse a los que están más próximos a la fosa y preguntar: «Con el permiso de la familia, ¿podemos proceder?», y luego con dos cuerdas descienden el ataúd que es un mueble, el mueble que es un cuerpo, el cuerpo que fue una persona, la persona que tuvo vida. Más tarde echarán una corona de flores y luego las primeras paladas antes de completar la despedida. «Tenemos prohibido coger propinas, sería una falta disciplinaria», pero luego me entero de que el capataz se aleja para no verlo, en esos momentos no es de recibo pelearse por una dádiva con alguien que quiere agradecer el trabajo prestado.

Al cabo de un rato, cuando se ha marchado la familia, llegan los marmolistas a sellar la tumba con la losa de granito que pesa en la espalda y te martiriza las articulaciones. La técnica es igual de rudimentaria; no hay máquinas, se hace a mano con la ayuda de unos ganchos metálicos. Lo hacemos entre dos personas, juro que puede conmigo como si una mariposa quisiera detener el viento. Y me pregunto si pesa más la vida que la muerte.

Pestilencias. El asco es una sensación que no está permitida, «en alguna ocasión, pocas, nos encontramos con cadáveres descompuestos. El olor es parecido al de un queso fermentado en un aceite amargo», me lo cuentan como el que ha viajado a sitios a los que el hombre nunca ha podido llegar. Y lo peor, lo más sórdido, es una reducción de restos en un día de lluvia, cuando el agua les tapa la cara y el sudor se mezcla con el agua, y la tierra de Madrid se les pega al mono de trabajo. Pero siempre hay algo más desagradable: «Cuando entierras a un niño. La cara de los padres nunca se te olvida por muchas veces que hayas realizado un sepelio infantil. Procuramos ser lo más cariñosos posible para aliviar un dolor que llevarán mientras vivan». Lo más absurdo es un entierro al que no asiste nadie, «hace poco tuvimos el de un hombre que vivía en una residencia de ancianos, no tenía familia y nosotros fuimos los últimos en despedirle». Junto al cementerio decimonónico convive la zona moderna de las cremaciones, el backstage recuerda a las cocinas de un hotel.

Cuando los familiares despiden el féretro, éste pasa detrás de unas cortinas verdes arrastrado por un operario que lo mueve ayudado por unas andas con ruedas. Ahí los ataúdes aguardan turno como si fueran aviones esperando entrar en pista para despegue. De los tres hornos hay uno en reparación, le están cambiando los ladrillos refractarios. Por un cuarto en el que trabajan en las inscripciones de las urnas se llega a la sala de máquinas. Allí se nota el calor de los hornos a plena potencia, en el indicador aparecen 864 grados y me tengo que apartar porque el fuego es intenso. «Algunos dicen que les damos las cenizas de otro muerto pero es imposible, hasta que no se completa la cremación y se limpia el horno no puede entrar otro ataúd». Arden con la caja, arden con la ropa y con el crucifijo que va en la tapa. En otro cuarto más al fondo descubro una máquina terrorífica. Se llama «el cremulador».

Abren la puerta para que la vea y escucho un sonido de lavadora centrifugando piedras. Se trata de golpes secos y continuos, nadie me lo dice, pero entiendo que ahí van a parar los restos que no se calcinan fácilmente, supongo que los puentes de la boca, las prótesis metálicas y también los huesos más duros. Cuando todo está liquidado, alrededor de cuatro horas más tarde, le harán entrega a la familia de la urna con los restos. El batir del «cremulador» es terrible.

De diez y media a once y media de la mañana la actividad de los sepultureros se detiene. Es el momento del bocadillo, regresan a la base donde improvisan manteles con hojas de periódico, sobre las noticias hay un hombre que corta el salchichón con su navaja, lo hace con detenimiento, a capas iguales y luego las pone alineadas en el pan abierto, para mí ese pan es otro ataúd que recoge el cadáver de un salchichón. Por lógica una actividad de gran esfuerzo físico exige comer bien, y luego una partida de cartas, habitualmente se juega al julepe junto a las taquillas con fotos de la familia y con muchos pósters del Real Madrid. Las manos del sepulturero son grandes y sinceras, cuando te aprietan la tuya te das cuenta de que son tipos fuertes. Tan grandes como desconocidos, «no creo que nuestro oficio esté en extinción, siempre alguien tendrá que hacerlo aunque nos consta que en los pueblos hacen nuestra función los albañiles».

La Tierra siempre está en continuo movimiento, nunca para quieta, esa es la idea que me repite en la cabeza. No tanto porque gire alrededor del Sol sino porque hace falta espacio para nuevos enterramientos. Las flores se secan y la vida pasa, ellos también necesitarán un día que alguien les haga un hueco. Pero por el momento su función es hacérselo a los demás, «es duro, sí, pero para nosotros como otro trabajo cualquiera». Nadie les dará una medalla pero se la merecen por trabajar por la ciudad de los muertos, en ese Ganges de cemento al que no quiere ir nadie. Una condecoración que se la podrían poner en el bolsillo sin que mirara el encargado, igual que hacen algunos con las propinas que se dan por realizar un trabajo que los españoles no quieren hacer y que no tiene precio.

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Aguirre espera que Batasuna no se «cuele» en las elecciones

abril 18th, 2007 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

ISABEL MUNERA

MADRID.- «Los políticos tenemos el cuerpo preparado para las elecciones siempre», comentó jocosa la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ayer en una entrevista en EL MUNDO en portada, el espacio que presenta Rafael Martínez-Simancas y que se emite cada noche a las 22.15 horas en Veo TV.

Dispuesta a darlo todo en la campaña para revalidar su triunfo en las urnas, Aguirre se mostró combativa en todos los frentes, aunque sus dardos apuntaron siempre en la misma dirección: sus rivales socialistas y el Ejecutivo, al que culpó de mirar a otro lado cuando se habla de Batasuna.

Aunque comentó que espera que esta formación ilegalizada no se «cuele» en las elecciones del próximo 27 de mayo, afirmó que no tiene muchas esperanzas: «Me da la sensación de que al Gobierno no le va a importar mucho si Batasuna encuentra algún resquicio» para presentarse a los comicios.

Preguntada por el Juicio del 11-M, la presidenta de la Comunidad de Madrid afirmó que tiene «absoluta confianza en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en los jueces y en los fiscales», pero explicó que también confía en «las investigaciones periodísticas, sobre todo en un país donde el GAL se descubrió gracias a ellas». «Hay dudas razonables sobre lo que ocurrió el 11-M, pero espero que se aclaren en el juicio», subrayó.

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