Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Ha vuelto a ocurrir, una vez más. De nuevo han despreciado la cultura en un pueblo de España. Ha ocurrido en Ciudad Real y podría citar el nombre del pueblo y el de su alcalde pero hagamos como Cervantes, digamos que ha sido en un lugar de La Mancha de cuyo nombre prefiero no acordarme. Cervantes intuía la miseria intelectual de algunos de nuestros compatriotas y por eso forzó el olvido para no cargar las tintas contra aquellos que no tienen salvación.
En ese lugar del que prefiero no acordarme han suprimido algunos nombres del callejero en razón de que “nunca hicieron nada por el pueblo”. Entre los caídos en desgracia Pablo Iglesias, Tierno Galván y el gran Pablo Neruda. Un alcalde “giliflauta” y burriciego ha decidido que Neruda era prescindible porque jamás se emocionó con “Las veinte canciones de amor y una canción desesperada”. Y de Pablo Iglesias ni referencia, y del que llamamos en su día “el viejo profesor”, cuarto y mitad de lo mismo. Es decir un alcalde de “Sálvame de luxe” al frente de una corporación de iletrados que hubieran sido unos extras perfectos junto a Alfredo Landa en “Cateto a Babor”.
Una vez escuchado en el parnaso de las Letras la tropelía que se ha cometido con el ilustre poeta chileno, Pablo Neruda. Una vez conocida la noticia, (que al cielo llegan con retraso porque no tienen cobertura 3G), han comisionado a Cervantes para que resucite a Don Quijote y lo vuelva a subir al caballo. Otra vez tendrá que luchar el hidalgo castellano contra la incultura, contra aquellos que incapaces de apreciar a una doncella creen ver a rufianas de venta. El anciano don Quijote tendrá que enfrentarse a estos males que nos aquejan y no son pocos en un momento dónde la ruina económica se cruza con la desidia intelectual.
Convencer a un alcalde de todo lo que ha hecho Pablo Neruda por su pueblo, y por la humanidad, es tarea que excede a un ser humano, por eso reclamamos la presencia de Don Quijote para que cargue contra la incultura, para que le diga la verdad a la cara de estos indigentes intelectuales que nos atufan. Un Quijote que se ponga la armadura, el yelmo y se haga con la lanza de una manera tan rápida como Supermán era capaz de ponerse el traje en una cabina de teléfonos, (nuestro Don Quijote se tendrá que cambiar en una pizzería que es lo que más abunda).
Saldrá al campo para defender en esta ocasión no el buen nombre de Dulcinea si no de Neruda, y cargará contra los alcaldes tontuelos como hizo contra el caballero de la Blanca Luna, (capítulo 44 de la segunda parte). Si se ha de morir en la batalla será un hermoso gesto de grandeza.
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