Cuándo Dios aprieta

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

De todos los actos y encuentros que ha tenido el Papa en Madrid sin duda que el más difícil habrá sido responder a la madre de un niño enfermo que le preguntó “¿por qué le ha pasado esto a mi hijo?”. No es misión del Papa sanar niños, tampoco está en su mano, (y tampoco creo que el padre lo pensara). Pero sí es cierto que ante el dolor humano es fácil preguntarse dónde está Dios.
En una ocasión mi buen amigo, y colega, Pepe Apezarena escribió algo muy interesante en respuesta a una pregunta que se había hecho un político español al visitar un viejo campo de concentración nazi. El político se preguntó: “¿dónde estaba Dios aquellos años?”, y la respuesta de Pepe no pudo estar a mejor altura: Dios estaba en la libertad de los hombres, en los que sufrían y en los que eran perseguidos, en las duchas con gas, en todas partes pero sobre todo estaba con los hombres. Un punto de demagogia sería pensar que todo lo malo nos lo tiene que arreglar Dios.
Mis compañeros de Punto Radio han contado la historia de una madre con un niño de cuatro años que hizo cola con el chaval para saludar al Papa. El niño, con la cabeza rapada, aguarda una importante intervención quirúrgica esta semana, (la madre quería que el chico tuviera un rayo de esperanza) Finalmente lo consiguió, madre e hijo estuvieron en la Nunciatura el viernes y pudieron ver al Papa. No se sabe de qué hablaron, pero consta que salieron emocionados del encuentro.
Frente a una Iglesia-rock que organiza eventos en La Castellana que compiten con los macroconciertos del verano, hay una Iglesia de infantería que es para quitarse el sombrero. Cada día hay gente que come gracias a la misión de unas monjas y unos curas desperdigados por el mundo, (la semana pasada conocí la historia de tres monjitas ancianas que aún siguen en Ben Tieb, en el Rif marroquí, enseñando a coser a las niñas porque es la única actividad que pueden hacer en una sociedad que aísla a la mujer). Y luego están los que cuidan de los enfermos, y luego los que entierran de caridad y lavan al cadáver, construyen el ataúd, y lo entierran rezándole un responso al que no asisten familiares.
El vuelo de togas cardenalicias no deja de ser un ballet, una excusa que da bien en televisión, la labor de la Iglesia es mucho más seria y más profunda y bien lo saben quienes la necesitan a diario. Siempre he tenido un profundo respeto por las personas de fe aunque no comparta su liturgia. Dios, como diría mi buen amigo Pepe Apezarena, también anda entre quienes dudamos pero sentimos admiración por la infantería de Dios, por todos esos que nunca saldrán en la tele. También por el Papa cuándo en privado consuela a una madre con un niño enfermo.

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