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Sidi Ifni y Gila

enero 19th, 2014 - la gaceta de salamanca - 3 Comentarios

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 19 de enero 2014)

La primera vez que David Torres pisó África íbamos juntos; en realidad éramos tres contando al coronel Benito Gallardo, no íbamos de misión especial vestidos de caqui, nos adentramos en el Rif tras la huella de lo sucedido noventa años antes en Annual. Los tres subimos juntos la escarpada ascensión al cerro de Igueriben y allí pude comprobar cómo mi amigo David se dejaba atrapar por aquella tierra inhóspita en la que están enterrados los sueños, y las vidas, de muchos españoles. África atrapó al escritor y allí empezó David Torres a darle vueltas a una novela ambientada en la etapa colonial.
David eligió un hecho histórico del que hoy quedan testigos vivos: la guerra de Sidi-Ifni, y eso tiene mucho valor porque no es igual novelar de Annual en 1921 como hemos hecho otros a meterse en la piel de un episodio vivo. El resultado es un libro apasionante en la que se mezcla el absurdo, el humor y la novela negra. No podía ser de otra forma si hablamos de ejército español, 1957, de Miguel Gila y de una trama de asesinato. David es un experto en novela negra y por ahí camina sólido como un chacal por el desierto, lo más interesante es cómo se ha metido dentro de la milicia hasta lograr un ambiente cuartelero africano auténtico. Esa aportación a la antropología de un soldado es la parte más interesante de la novela. Luego está el absurdo de la guerra que es un mal que salta por encima de las trincheras y que afecta a ambos bandos a la vez.
Lo que pasó en Sidi Ifni está todavía por contar, gracias a “Todos los Buenos Soldados” nos podemos situar en la piel de la tropa entretenida por Carmen Sevilla, (y por Gila), que reían alto y fuerte para que le escuchara bien el enemigo. Otra cosa es saber quién era el enemigo y en qué parte militaba porque eso nunca está claro cuando comienza una guerra.
Este libro me ha alegrado mucho porque es un nuevo relato africanista, también porque David Torres ingresa en la cofradía de escritores españoles que novelan el norte de África, y porque la trama comenzó en una incursión pacífica que hicimos a Igueriben para recordar el buen nombre del comandante Julio Benítez. En ese momento África atrapó para siempre al genio de uno de nuestros novelistas más interesantes, (África es ese lugar al que sabes que vas pero nunca cómo podrás regresar porque siempre te deja la huella de algo). Bajo un cielo inmenso, limpio, abierto, misterioso, se encuentran balas enterradas e historias magníficas. Hace muchos años que me di cuenta, entonces no era soldado, era un “niño de tiza” que diría David Torres pero en vez de correr por Madrid montaba en bicicleta en El Aaiún hasta que mi madre llamaba para cenar porque se hacía tarde.

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¿Quién fue el comandante Benítez?

septiembre 22nd, 2013 - SUR - Sin comentarios

(“SUR“, domingo 22 de septiembre 2013)

Por casualidad leyendo el “Informe Picasso” encontré a este malagueño olvidado por la Historia y al que no se le ha hecho la justicia que merece. La defensa numantina de la posición de Igueriben, cercana al campamento de Annual, le convierte en un héroe en cualquier país, salvo en el nuestro que desprecia cuanto ignora como dijo Machado. España olvida a sus hijos con enorme velocidad, eso debió entenderlo bien Julio Benítez cuando se supo abandonado a su destino. Con la ayuda de un espejo transmitió el último correo a la base del general Silvestre: “parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, los de Igueriben mueren, no se rinden. Me quedan doce balas de cañón, contadlas, y al sonar la última disparad sobre nosotros porque estaremos mezclados en lucha con los moros”. Se refería a las harcas de Abd-El Krim.
Julio Benítez nació en El Burgo, (Málaga), el 17 de agosto de 1878, perteneció a una generación de españoles que vivieron una época amarga, aquellos que estuvieron en la Guerra de Cuba, en las campañas de 1910 y 1911 en África, mas tarde en Annual; los que sobrevivieron aún tuvieron tiempo de luchar en la Guerra Civil. Benítez cayó en las alambradas de la posición de Igueriben el 21 de julio de 1921, le faltaba apenas un mes para haber cumplido 43 años. Su hoja de servicios dice que permaneció en el Ejército 27 años, 9 meses y 21 días. Por su brava defensa de la posición le fue concedida la máxima distinción militar española: la Cruz Militar de la Orden de San Fernando, conocida por la Laureada. En el texto se puede leer: “por sus méritos en la defensa de la posición de Igueriben siendo un alto ejemplo de virtudes militares”.
Para entender bien al personaje y a los hechos que acontecieron realicé varios viajes a Melilla. Quería saber dónde estaba la posición y cuáles fueron los motivos que llevaron a un joven comandante del Regimiento de Infantería “Ceriñola 42” a no rendirse pese a la orden que había recibido desde el puesto de mando de Silvestre, incapaz de rescatarles. Desde Melilla crucé a Annual en cuyos campos aún se encuentran balas, metralla y espuelas de jinete noventa años después. Lo primero que aprecié es la corta distancia que separaba el campamento base de la loma de Igueriben, apenas cinco kilómetros, y pude entender cómo su caída fue la mecha que prendió el desánimo y provocó la huida por el estrecho barranco de Izúmar donde los soldados en desbandada fueron tiroteados como conejos desde las cimas. Subí a Igueriben por una de sus caras más escarpadas, hay que hacerlo con cuidado de no perder pie, ya arriba te sitúas en una pequeña explanada en la que se puede apreciar los restos de las tiendas que albergaron a 354 militares. Lo primero que piensas es a quién se le ocurrió instalar un puesto en un lugar sin árboles, sin sombra, y alejado de la aguada que tenía que hacerse ayudado con unos mulos y en peligrosa excursión por aquellos barrancos.
En ese lugar inhóspito, de suelo calizo en el que no crece la hierba Julio Benítez Benítez defendió la bandera del Ceriñola desde el 17 al 21 de julio de 1921, según los meteorólogos fue el mes más caluroso del siglo XX. Cuando se les acabó el agua pasaron a beber sus orines mezclados en latas con tinta y el jugo de las escasas latas de conserva que les quedaban. Algunos para paliar la sed acudieron a meterse guijarros en la boca para salivar. Por supuesto tuvieron que acostumbrarse al hedor de los cadáveres insepultos de soldados, caballos y mulos dentro de la posición. Allí arriba toma dimensión la tragedia en todo su esplendor.
El rey Alfonso XIII y el entonces presidente del Gobierno, Miguel Primo de Rivera, inauguraron en Málaga el monumento a Benítez y a los héroes de Igueriben el 11 de febrero de 1926. En El Burgo una placa en la que fue su casa recuerda aquel último y agónico mensaje que dirigió a Silvestre. Valga todo esto para que Málaga no olvide a uno de sus hijos más notables.

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