La gran ilusión

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La transición acabó el día en el que Pau Gasol descuadró a su pediatra saliéndose de los índices del percentil, ahí nació el español de nuevo cuño, su madre comprendió que el chiquillo llegaría muy alto. Ahora, Pau y el resto de la selección de baloncesto tocan por la mañana en Japón, en unas matinés que obligan a subir el volumen de las televisiones en los bares. Y lo hacen tan bien, tan divertido y de tan buen rollo que se han ganado el calificativo de la nueva orquesta nacional; comparado con los gallos que sueltan sus homónimos en el fútbol, nuestro basket es música celestial.A pesar de que ha sido un deporte clandestino que se jugaba en el espacio que sobraba al campo de fútbol en el patio del colegio.
Pero una orquesta no son más que instrumentos a su bola si no hay un director que los ponga de acuerdo. Pepu Hernández los entiende muy bien, ha sido capaz de transmitir alegría a lo que antes había sido un grupo de correctos administrativos. Se nota que juegan a placer y que llevan la insolencia del corsario: el objetivo es ganar y a ser posible mandando. Está feo comparar pero Luis Aragonés ya puede ir sacando conclusiones. Nuestro fútbol es tan penoso que dan ganas de pedir la disolución del equipo nacional, siempre hemos sido el equipo que hace felices a los demás, nos merecemos cambiar de deporte. En el fútbol nos tropezamos con la realidad que suele ser un equipo mejor enfrente; hasta ese momento somos la furia roja y la repanocha en tabla de surf. Nuestro gafe particular incluso le jodió la previsión a Nostradamus, que algo había dejado escrito en una cuarteta («una cuarteta son cuatro versos», dijo uno que habla por la tele).

La realidad del equipo español de baloncesto se llama Argentina y nos la vamos a encontrar en semifinales, la orquesta va a tener que tirar de viento y percusión porque se avecina tormenta, se acabaron los violines y las cuerdas. El premio es una final posiblemente contra Estados Unidos, ese equipo que parece siempre el mismo aunque les cambian el nombre en la camiseta para despistar. No juega Jordan pero hasta el utillero mete las canastas de espaldas y a capón.

Nos merecemos un sueño como el que nos llega de Japón, un equipo con aspiraciones, ¡encima sus jugadores hablan nuestro idioma!, no hace falta que nos traduzcan las palabras del campeón, gran novedad a la que no estábamos acostumbrados. Españoles altos que coordinan sus movimientos y disfrutan con su trabajo, inverosímil pero cierto. Si nos metemos en la final aparecerán los políticos con el «ya-decía-yo», pero no les crean, que enseñen el carnet de socio de algún equipo de baloncesto. A ellos les va más el palco futbolero. Los hay tan zoquetes que cuando Gasol falla un tiro dicen «¡uy, casi!», como si fuera un balón a corner; creen que una zona es un espacio para construir pisos y los pasos una manera de caminar. Esos son los que no han superado la Transición.

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