Debate sobre el estado de ella misma

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Se acabó el verano, ya no hay diputados regionales morenos (salvo Cristina Cifuentes, que tiene el lustre garantizado por la gloria de Dior). La variedad cromática del diputado madrileño no sale del traje gris o el azul, por lo tanto ellas aportan el color y la novedad a la Asamblea regional. Nada más ver la chaqueta rosa chicle de Ana Botella me vino a la cabeza la frase de Andrés Montes: «La vida puede ser maravillosa». En cambio, el alcalde de Madrid prefirió llegar con la campana y marcharse tras la bendición, le agradeció a la presidenta el apoyo olímpico y ella le comentó que le hubiera gustado hablar del teatro (el que iba a llevar su nombre en El Escorial, no el de Rubianes).

Los pasillos de la Asamblea tienen más vida que mil discursos, en ellos se organizan procesiones detrás de los personajes más solicitados, son romerías de las declaraciones que forman corrillos aquí o allá, sólo falta un vendedor de lotería que vocifere el número. Esperanza Aguirre se lleva el premio en caminar más lento, todo el mundo quería hablar con ella, y eso que la verticalidad le costaba un triunfo subida a unos tacones descomunales, doble plataforma como las hamburguesas de luxe; una cosa es hacer política sin red y otra desde el andamio verbal. Un exceso, una subida de adrenalina por la parte del tacón y un distanciamiento del suelo asaz peligroso según los principios que dejó Newton. Pero ni un solo gesto de dolor, el discurso y sus formas fueron de balance conseguido y a mí esto se me va a quedar pequeño. La presidenta está muy castiza, algo cheli cuando respondía a las risas de la oposición, muy «¡a que voy pa allá, muñeco!». A pesar de que el discurso fue de larga duración (un calentamiento de Castro para entendernos), no hubo cansancio aparente.

Otros de los misterios que se repiten al llegar septiembre es por qué José Ricardo Martínez y Javier López van siempre juntos: la acción sindical no obliga al trabajo en pareja. Más discreta estuvo la delegada del Gobierno, Soledad Mestre, que vestía de blanco, que siempre es el color de la paz hasta que no se demuestre lo contrario. Compartía asiento en la tribuna junto al Defensor del Menor, Pedro Núñez Morgades, que tiene el rictus del que ya le han contado todos los discursos y ha conseguido adoptar una posición de atenta escucha que se puede ver en algunos libros de relajación oriental. Andaba un poco despistada Inés Sabanés al llegar, pero téngase en cuenta que está bajo el efecto de la que fue a Sevilla y al regreso encontró a otro en su asiento. Una mañana de anécdotas para la izquierda, como cuando Fernando Marín pasó delante de Angel Pérez y volvió sobre sus pasos: «Perdona, no te había visto». Éramos pocos y no nos reconocemos.

El Gobierno de Esperanza Aguirre está en plena expansión, y no lo digo por la tripa de Lucía Figar, que avanza en la ingravidez, sino porque la presidenta se refirió al río Ebro, («¡no fastidies que piensa ampliar los límites de la Comunidad por el norte!», se escuchó). No, por el momento está subida al balance triunfal y al tacón superior. Ya metidos en el fragor del discurso, Aguirre sacó una caja de capones para que se los dieran a Zapatero, pero nada como cuando aludió al cultivo del maíz. El agua que consume una panocha fue lo que más elevó el nivel de decibelios parlamentarios, la repanocha regional.

Fue un mal día para Piolín, la presidenta anunció que le va a dar el pase al parque de la Warner, pero Piolín no estaba entre los invitados y no encontró respuesta. El parque temático en el que tanta fe tuvo Gallardón no le interesa, será que para emociones fuertes ya tiene bastante en su partido. Para esta mañana, cuando se reanude el debate, se espera que haya fuego cruzado, menos saludos y más al grano. Los tacones de la presidenta no le valen hoy, ni los enormes pendientes que al balanceo de la lectura le iban dando la razón a todo lo que decía, a modo de botafumeiro complaciente.

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