La tarjeta de madrileño

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cuentan, y no paran de las largas colas, los que han tenido que solicitar una tarjeta de residente para aparcar el vehículo en sus calles. Dicen que el trámite es tan largo y engorroso durante las horas de espera (desespera mejor), que al personal le da tiempo para enamorarse, para separarse, para tener hijos y hasta para buscar una casita en la sierra, alejados de la marabunta administrativa del Ayuntamiento de Madrid. Bien está pedir garantías pero otra cosa es machacar al ciudadano en un trámite de tortuga reumática.

Se entiende mal que el Ayuntamiento, que tanto presume de modernidad artística, no sea capaz de agilizar un trámite a todas luces elemental. Si la concejalía de las Artes consiguió una “noche en blanco”, la concejalía de Movilidad debería evitar una “tarde en negro”. La culpa no es de los funcionarios que se aplican en el cumplimiento de la norma, sino de los regidores que se muestran muy estrictos. En ocasiones cuando se alcanza la ventanilla, después de un notable esfuerzo, hay que volver a por el seguro del coche o ha caducado el certificado de empadronamiento que bien se podría sustituir por el de encabronamiento.

Tan modernos que somos para unas cosas y tan limitados para otras. Una ciudad emergente y capital no puede enfrascar a sus ciudadanos en trámites faraónicos, en todo caso les debe facilitar la aportación de documentos y aliviar el tiempo de espera. O eso, o que pongan saltimbanquis y tragafuegos para solaz del personal.

La tarjeta de madrileño no se consigue por penar en una cola.

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