“Rafanomejodas’ nunca dejó su banderín

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Hay personas que creen en lo que piensan y otros que piensan lo que deben creer para no desentonar con el paisaje. Los primeros son escasos, nada recomendables en un cursillo de formación de directivos, alguien que expresa lo que piensa es un ser socialmente peligroso, la sinceridad es un arma de descaro universal. Rafa Guerrero, leonés, linier de fútbol y amante de la independencia de criterio volvió a dejar claro en el Nou Camp que a él no le achanta ni el Séptimo de Caballería con el cornetín afinado. El domingo el campo rugió en contra de una polémica decisión mientras todos recordamos aquel famoso «Rafanomejodas» que le espetó el árbitro Mejuto González. Habían pasado 10 años y el nomejodas-Rafa (es lo mismo), seguía inalterable. Nomejodas significa no me vayas a salir con la honradez que tanto disgustos le da a la gente.

En 10 años las marcas de ropa deportiva inventan 200 maneras de vender la misma camiseta a través de tejidos que juran traer de la NASA, en ese periodo se contratan futbolistas que cuestan más que un cuadro de El Prado, se cambian presidentes de clubes y se tunean estadios para hacerlos lugares de culto pelotero. Calculen cómo era la Liga en 1996 y saquen conclusiones. Lo mejor no son los años que han pasado -eso no tiene ningún mérito-, sino que Rafanomejodas sigue teniendo la integridad del juez de línea y mantiene el mismo criterio de «¡penalti y expulsión!» que se escuchó en La Romareda en un Zaragoza-Barcelona. Y todo gracias a un oportuno micrófono de ambiente que captó el sudor frío de Mejuto y la convicción casi religiosa de Rafa Guerrero en su trabajo, su seguridad era un dogma. Es posible que la mayor parte de los trabajadores prefieran escurrir el bulto antes que escuchar a su conciencia; curiosos tiempos en los que la opulencia va en descapotable y la verdad se mueve en bicicleta.

Si la aparición estelar del linier Guerrero en 1996 fue rotunda y hasta se llegó a convertir en una expresión popular su comentario, más lo es la reaparición en 2006. El criterio permanece y a él no le van a doblegar 100.000 personas coreando su nombre en términos poco elogiosos. La diferencia entre un tipo íntegro y otro cualquiera es que al primero no se le destiñen los principios cuando se ducha. En Zaragoza, Rafa Guerrero se equivocó, pero sólo lo podemos decir los que vivimos en la galaxia de Gran Hermano con la repetición de la jugada en el salón de casa. Otro cualquiera habría salido marcado para los restos llevando sobre sus hombros la pesada carga del error. Rafa Guerrero, no; él no. Una cosa es ser civilizado y otra sentirse domesticado. El «¡penalti y expulsión!» es lo más revolucionario que se ha visto en televisión desde las imágenes de la muerte del Ché. Rafa sería el del cuento que diría que el rey va desnudo, el que cantaría la verdad del barquero, el juez que instruye un sumario con paciencia de hormiga. Por eso es un tipo tan peligroso, porque dice lo que piensa, Rafanomejodas corre por la banda con la locura de un potro. Su bandera es tan libre e insolente como la que enarbolaban los barcos piratas.

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