Velázquez esquina Zapatero

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El checkpoint Charlie, (el punto de encuentro de autoridades estaba en Velázquez con Goya), allí se presentaba un político y lo convertían en un manifestante agarrado a una pancarta. A esos lugares hay que saber llegar en el momento oportuno y Gallardón se adelantó en exceso y fue recibido con sonora fonética en contra, parece que ya tiene muchos lectores el libro de Esperanza Aguirre y lo hacen patente en la calle.

Para mayor serenidad global vino muy bien la aparición de Rajoy al que gritaban «¡presidente, presidente!» más que como deseo de futuro como una necesidad. Se hablaba de víctimas, pero el encuentro servía de rechazo frontal a la política del Gobierno, asunto que quedó muy clarito desde el primer minuto.

Pero Rajoy, el deseado, el coreado, el aclamado, se vuelve tímido en la multitud, conserva aún la vergüenza del niño que tenía que salir a la pizarra a dar la lección; saluda pero da tibio en la foto. Lo tenía todo a favor para que resultara su tarde, pero prefirió destacar por la discreción que nunca es virtud de político sino efecto secundario de opositor.

Quizá para ser líder de masas haya que ser experto en misas y darse un chute de popularidad que es lo suyo, y abrazar físicamente más que por gestos y hacer la diagonal en la calle cuando se le reclama. No es de buena educación señalar con el dedo, quizá se debió a un virus pasajero, pero contra Gallardón hubo inquina en Goya; mal empezábamos la concentración con las reclamaciones de los nada partidarios que le miraban como si estuvieran viendo a Bono reencarnado.

Todo lo contrario que con Aguirre que sabe elegir el momento para cruzar el checkpoint Charlie y además le da tiempo para departir con el manifestante sobre asuntos cotidianos. Incluso supo dar la prudente distancia en fama que se merecía su líder del partido, paso atrás y que hablen de otros.

Más adelante se incorporaron Jose María Aznar y Ana Botella y entonces el epicentro de la pancarta cambió de lugar, (aunque Rajoy mantenía las manos firmes ya más convertido en estatua de Benlliure que en líder caminante). De nuevo, la timidez y el sonrojo del piropeado en el candidato popular. En cambio el tirón del ex presidente sigue siendo claro cuando se echa a la calle, si hubiera comenzado la manifestación en Goya otros cánticos se habrían escuchado.

Aznar es el vivo ejemplo de que para que la vida te sonría y tu físico se recupere no hay otra cosa mejor que huir de la política a tiempo. Hasta es posible que se haya vuelto a cortar el pelo en la barbería de las Nuevas Generaciones. Caminaba aliviado de la solemnidad del cargo, más concentrado en la gratitud de las aceras. Contar las veces que se repetían los eslogan es más fácil que dar el número de manifestantes; el canto principal: «¡Zapatero dimisión!» que se alternaba con un «¡Zapatero embustero!», ése era el hit parade de la tarde de un sábado en Madrid.

Los presentes puede que usen la misma lengua que el presidente del Gobierno, pero queda claro que hablan en otro idioma, alejado, distinto, morfológicamente incompatible y sin posibilidad de traducción simultánea. Sería igual de laborioso que reducir un jeroglífico egipcio a un mensaje corto de sms. Un rechazo sin posibilidad de encuentro, dos galaxias en un mismo planeta, un teorema físico difícil de resolver, más que las dos Españas que es término rancio se expresaban dos maneras de hablar español.

Para la AVT y Francisco José Alcaraz cualquier acercamiento a ETA es un crimen que se debe pagar en las urnas. También salía escaldado el ministro del Interior, el club de amigos de Rubalcaba no hizo acto de presencia, muy al contrario le debieron pitar los oídos como cuando un avión pasa en mitad de una clase de piano y retumban los cristales y Chopin se tapa las orejas con la partitura.

Hubo quién llegó al extremo del mal gusto al colocar la foto del presidente del Gobierno junto a la de De Juana Chaos, Ternera y Otegi, culminando la creatividad del cartel con un charco de sangre roja a todo color, y se dieron gritos nada espontáneos de «Zapatero eres peor que tu abuelo» o «Zapatero vete con tu abuelo».

La nota curiosa es que los encargados del cordón de seguridad, jóvenes entusiastas del Partido Popular, fueran los que se dedicaran a enardecer a la masa con coplas de rima atronante. A la vez que tiraban de una soga ancha volcaban su esfuerzo en agitar al espectador y que su voz sonara oportuna ante los micrófonos hambrientos de noticia. Más que un cordón de defensa constituían una perfecta línea de ataque, sus manos encallecidas hablarán hoy de lo que fue ayer su concentración.

Lo más chic, con mucha diferencia, la camiseta de Cayetana Alvarez de Toledo, de color blanco y letras negras de molde: «Yo no me rindo». Cayetana era con mucho la que mejor sabía caminar por la arteria principal del barrio de Salamanca, se nota que maneja el subjuntivo del periodista y la puesta en escena del político. Hay futuro en su forma de caminar, eso no se aprende en ninguna escuela de telegenia.

Acebes tuvo su dosis de baño de popularidad, a su paso coreaban el famoso «queremos saber» y pronunciaban su nombre. Acebes encaja bien el elogio, ya no es el hombre de luto que se atropellaba dando datos en televisión. Para el anecdotario de los asuntos dispersos, nadie echó en falta a Gregorio Peces-Barba, aquel que fue nombrado Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo y posteriormente fue desnombrado con igual sigilo. Si no gritan tu nombre en contra es que no eres nadie en el llamado proceso de paz.

Si te apartabas del cordón de seguridad y ascendías unos cuantos cientos de metros por Velázquez, (tarea titánica parecida a la del salmón que remonta el río), podías escuchar otras voces más agudas, sin duda que más juveniles, desprovistas de consignas. Son los que más aplaudían a Irene Villa y a su madre, víctimas y ejemplo, detalle que se podría olvidar alrededor de la pancarta principal: se trataba de apoyar a las víctimas, aunque de paso se pedía la dimisión de Zapatero y «que la sociedad decida en referéndum», como decía un cartel de confección casera y muy captado por las cámaras.

Por delante se aplaudía a las víctimas y por detrás se pitaba al Gobierno; daba la sensación de que la primera parte de la manifestación era más sincera, constituida por el presente de indicativo del verbo sufrir. Lo triste sería que la oposición y el Gobierno se dieran patadas en las espinillas a costa de las víctimas; desde luego voluntad de acercamiento nula y para que nadie perdiera detalle Telemadrid envió un helicóptero, ese gran hermano aéreo que con guante de hierro capta detalles de seda.

La quinta manifestación de la AVT terminó con un frío otoñal y desabrido al que se unió una lluvia impertinente. Ya que se trataba de apoyar a las víctimas iría muy bien aquel verso que hizo Jardiel a Nueva York, para glosar el evento. Un final meteorológico que Jardiel definió como «un cruel frío que hace llorar».

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