Otegi en Melilla

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

De las múltiples excusas que tenía Otegi para no acudir ante el juez se acogió a la más socorrida: el mal tiempo. A estas edades ya no cuela enseñar una tarjeta en la que diga: profe, es que mi padre no me dejó venir. De repente las previsiones de Paco Montesdeoca se aliaron con el abertzale provocando la nevada más intensa que se recuerda. La nieve le sienta fatal a las carreteras, a la Justicia y a los etarras. Otegi podrá ser un hombre de paja de los Corleone pero nunca un muñeco de nieve; todavía hay clases. Por la mañana Otegi salió de casa en plan Caperucita a llevar su testimonio en una cestita a la Audiencia Nacional y se le apareció el lobo de la ventisca. Según su abogado, hacía un frío que al portavoz de Batasuna se le congelaron las trenzas, luego supimos que en realidad escurría el bulto.
Otra excusa hubiera sido hacerse residente en Melilla, ciudad de la Unión Europea que ha estado aislada de todo tipo de comunicaciones porque se peló un cable submarino, un sólido argumento. Seguramente que un atún juguetón ha dejado sin teléfono a los melillenses. Si insólito es el suceso, más extraño es el remedio: un barco enviado desde Marsella tardará apenas cuatro días en poner unos generadores operativos en el muelle del puerto. Algo parecido tuvo que hacer el general Darío Díez Vicario, si no es por la acción del militar la ciudad habría caído en manos de los rifeños en septiembre de 1905. Entonces el problema no era un cable de fibra óptica, sino el Barranco del Lobo y el Monte Gurugú. En aquella ocasión Díez Vicario pagó con su vida la defensa de Melilla, aislada de España por trampas de pólvora y leña al mono; quizá ahora se pueda solucionar con un pequeño calambrazo a un operario al conectar dos cables. A Marruecos no le haría falta reeditar una marcha verde, con sembrar el mar de Alborán de atunes hambrientos Melilla se convertirá en una isla a la deriva.

A estos efectos el Ministerio del Interior debería crear una Dirección General de Marrones con una brigadilla de acción inmediata que sea capaz de devolver las comunicaciones a cualquier ciudad española, sea ésta de ultramar o no. Y potenciar cursillos de silbo gomero para casos de extrema necesidad, tales como que se quede aislado en la nieve Otegi. A base de chiflidos en la montaña se podría ir reconstruyendo su declaración ante el juez, sin necesidad de enviar a la Guardia Civil a buscar su rastro. Cuando la situación es desesperada el silbo gomero es el único acceso que nos queda a la sociedad de la información. O, en todo caso, no hacer citaciones judiciales salvo en los meses que no tienen erre, baremo que aplicado al consumo de marisco ha dado excelentes resultados a la gastronomía nacional.

El temporal es algo tan manido hoy como la «pertinaz sequía» en época de Franco. Finalmente hubo que ir a por él y traerlo de la manita, porque en el fondo Otegi quería venir pero le daba miedo hacerlo sólo. Eso es más comprensible y menos faltón.

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