Domecq

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El hombre y el toro se llevan bien pero cada uno en su terreno. Un día vino Hemingway y dejó escrito que el mayor honor es correr unos sanfermines, igual tenía razón pero no advirtió de sus efectos secundarios.
Esta mañana un toro rezagado de Domecq se ha dado un baño de cornadas contra los incautos vestidos de blanco. El toro es un demonio acorazado con dos pitones que son dos ametralladoras de patas gordas, y su ira es de sangre descarada. Los toros de Domecq son a las ganaderías bravas lo que la familia Alba a la aristocracia europea, por lo tanto cumplen con su papel de animales sin piedad, hermosas piezas de ébano dotadas de vida propia y sentido de la muerte. Quizá los toros de Juan Pedro Domecq van de luto por los corredores que voltearán en la calle Estafeta, por los toreros que echarán un pie hacia atrás, por el público que notará el hielo por sus venas nada más pisar ellos la plaza.
En Jerez dicen que o eres Domecq o eres un caballo, porque la categoría de toro sólo se da a los personajes grandes. No todo el mundo tiene casta y trapío.
El toro es nuestro miedo más antiguo. Nada se puede comparar con él, en Hollywood no lo han conseguido superar los efectos especiales. España nunca ha sido país de consenso sino de arreones de mansos y escasos episodios de bravura. La muerte es nuestro estigma lorquiano. Después de la vida nos espera una dehesa y un infinito donde podremos mirar a los demás con el orgullo de los ojos de un toro de Domecq.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*