Sangre en el circo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cuando los césares entraban en Roma triunfantes tenían por costumbre uncir al carro al jefe del pueblo enemigo derrotado, y más atrás llevaban una colección de animales exóticos capturados durante la campaña. Gracias a esa costumbre de arrastrar al perdedor los romanos conocieron a tipos muy extraños para lo que era la fisonomía mediterránea: vieron a guerreros altos, rubios, negros, barbudos y hasta pelirrojos. A mayor exotismo del capturado más gloria para el vencedor. Y si entraban con una jirafa, aquello era el paroxismo del entusiasmo popular.
Con los fichajes de futbolistas ocurre algo parecido; los presidentes de los clubes se convierten en césares de la opulencia hortera ilimitada, se endeudan hasta el infinito y más allá. Si en Roma asombraba el gesto huraño del capturado, aquí se jactan de escribir cifras que no caben en un cheque gigante.

Este verano hemos asistido a fichajes millonarios encadenados, el nuevo tapaba al reciente. Nos enseñan a los que acaban de comprar. ¿Qué hacen con el excedente de producción?, en un equipo no puede haber 100 millonarios en un banquillo. La máquina de picar carne humana funciona sólo con las últimas incorporaciones, tipos en su mayoría del género insulso que ni siquiera son capaces de decir algo original, (al menos podrían alquilarse un negro que les redactara unas sentidas palabras, lo de golpear al balón en el césped está muy visto). El gran best seller nacional es el libro de los fichajes, aquí todo el mundo sabe lo que ingresan los primeros espadas del balompié.

El fuego amenaza con liquidar los restos de Olimpia, cuna del deporte, aunque en realidad al concepto clásico de la competición lo han prostituido con engrudo de pasta de euro, cantidades tan mareantes como calcular la distancia entre dos puntos del sistema solar tomando como referencia el salario mínimo interprofesional. La estabilidad anímica del español radica en que corra la pelota, como si la rueda hubiera sido un gran invento sólo perfeccionado cuando un tipo creó el balón de fútbol.

Antonio Puerta, jugador del Sevilla, cayó redondo en el campo fulminado por el rayo de la enfermedad, y el suceso plantea si no ha ido muy lejos el circo moderno. Si, acaso, a los futbolistas se les exige que sean infalibles máquinas de triunfos. De su salud, de sus traumas sicológicos, respondan los presidentes que los fichan como se organiza el rito del pañuelo en una boda gitana: ¡es virgen, juega con nosotros! Una vez ido Jesús Gil nos queda esa forma de alegre trotar, (y pensar) a lo Imperioso.

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