Hablemos de la República

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Una cosa es ser republicano y otra, muy distinta, quemar las fotos de los reyes. Lo peor que le puede pasar a la causa de la república es que se le adhieran unos macarras con un mechero; por ahí vamos mal. Treinta años después de su coronación al rey Juan Carlos le han salido unas goteras, todo en esta vida está sujeto a una segunda opinión. Se le cuestiona como jefe de los ejércitos, como figura representativa, como navegante de las aguas de Mallorca y hasta como el español que mató al pobre oso Mitofán. Anasagasti se encona y le deja reducido al papel de grabar el mensaje navideño para la televisión, justo cuando la gente se ha sentado en la mesa y no lo puede ver.
Sucede que despejadas las brumas de aquel proceso al que llamamos transición es como si el personal se hubiera caído del guindo y se diera cuenta de que le había nombrado Franco, (como así fue y como así quedó reflejado en el diario de las Cortes). Bien es verdad que el rey se ganó el puesto el 23-F y que ha tenido el exquisito gusto de reinar sin dar la lata y con un talante simpático, pero de forma inexplicable se han desatado los vientos entorno a él. Quizá todo hubiera sido más fácil si el monarca se hubiera sometido a referéndum justo después de aprobar la Constitución de 1978.
No parece que las hordas salgan a la calle con la tricolor, ni que haya grandes alteraciones de orden público. Quizá esto último se deba a que los contrarios a la monarquía llenarían una calle y los partidarios un taxi. El entorno a la corona se ha encargado de minar su crédito, léase las amistades peligrosas con Prado y Carvajal, De la Rosa o Mario Conde. Por lo tanto el rey está desnudo, como el del cuento, pero a diferencia del relato infantil ahora son muchos los que aprecian tan sutil matiz. La III República no va a llegar a toque de corneta, mucho menos con una quema de conventos, pero sí parece que ha tomado cierta inercia y que el tobogán nos lleva hasta el final de un ciclo. La derecha cree que el rey les ha abandonado y la izquierda vive en un pasotismo de símbolos que espanta; el resultado es la quiebra de la confianza.
Una tercera república no tendría nada que ver con la segunda, ni en concepto, ni en esencia, hasta es posible que la bandera fuera distinta a la tricolor. Pero la república es una idea basada en la reflexión, si la dejamos reducida a argumentos esotéricos volvemos a la monarquía que es la herencia que se justifica por la sangre. Se empieza a discutir por la bandera, luego por el modelo de Estado y finalmente por la jefatura del Estado. A todo esto no sabemos si el rey está harto y hasta la corona de figurar.

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