Hacer leña del árbol caído

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

De repente se encendió una chimenea en mi calle y todo el barrio se puso a oler a encina prendida, y eso que no era una noche especialmente fría pero alguien decidió que ya era hora de sacar humo por el periscopio del invierno. Y del humo me fui a las noticias como si el Proust de nuestros días mojara en llamas la magdalena de los recuerdos, (cada uno agita la conciencia con los elementos que tiene). Mucho antes de que el vecino pusiera la primera pastilla de fuego de la temporada, había visto arder fotos, muñecos y mensajes políticos. El fuego tiene su tiempo, agitarlo a deshora lleva al humo del desvarío, pero somos un país de toros y de fogata, aquí lo único que tenemos de nórdicos es el edredón que de manera incomprensible ha desplazado a las mantas de Béjar. De ahí algunos catarros que no tienen explicación.
Está de moda incendiar hasta las palabras, (que también prenden si se las frota con ira), y lo español es un término que se utiliza para darse con la garrota con la que Goya pintó a los que se peleaban en el barro. Uno entiende que se terminarán cansando de sacar astillas de la leña del árbol caído, porque si muchas son las realidades que nos distancian, menos es el fuego que nos separa. Por lo tanto dejemos la rabia para los que creen que España es una foto que arde, o una bandera que se mancilla. España es un concepto más amplio como para pensar que está en peligro cuando unos macarras ofenden al mal gusto quemando la foto del rey. Bien es cierto que en época de una mayor crisis nacional fueron Unamuno y Ortega los que repensaron el concepto, y ahora cualquier bobo predica en una tertulia sus fobias sin sentido. Mal que les pese, mal que les siente, mal que les reviente, España lleva más de quinientos años siendo una lengua común y compartida con quinientos millones de hispanohablantes, un lugar de encuentro, un sitio donde se puede discrepar sin llegar a la amenaza.
Ahora que se discute sobre la memoria histórica nadie puede negar que aquellos que cayeron defendiendo a la República no fueran tan españoles como los que les dieron un cunetazo. Tal vez por ellos deberíamos arreglar las tensiones antes de llegar a un clima parecido al de entonces; en honor a la memoria histórica hay que trabajarse un futuro de lucidez. Ahí tienen que ahondar los políticos, para relacionarse entre ellos con la naturalidad que manejamos los demás. Hay peleas tan artificiales que hasta dan vergüenza ajena, más parecen invento de aquellos que sin la bronca no sabrían completar su agenda.
Lo ideal es que cuando en una calle huela a humo sea de encina y no de contenedor quemado. Entorno a la chimenea común podemos hablar de muchas cosas sin que salten chispas a la alfombra.

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