La crisis del disfraz llega al carnaval

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Así como el euribor indica como va la economía doméstica del continente, los Carnavales nos dicen cómo andamos de sentido del humor; este año mal tirando a fatal. Mucho Carlos IV, mucho Napoleón y alguna Josefina asomada por el escote, ¿qué ha pasado con el Carnaval de Madrid y esa capacidad crítica de tocar las narices sin fronteras? Un Carnaval sin faltar al respeto es una pasarela aburrida de trajes de alquiler, una sosería mal planchada. A finales del felipismo, (hipérbaton obligado), los ?alfonsos/guerras? se reproducían por la calle Alcalá, y allí que iban poniendo la voz aguda y la mirada de diablo cojuelo a las marilyn oxigenadas. Pero este año el disfraz político no ha colado; los políticos han perdido tirón porque han rebajado carácter para crecer en crispación, en los manuales de campaña no les ponen raciones de ironía de superviviencia. Y nunca estuvo la cuestión más fácil pero al personal le da miedo ponerse la careta de Gallardón porque asusta, y la de Aguirre parece que marca demasiado carácter.
Por si resultaran de interés y por dar ideas a los que buscan un diseño original ahí van algunos ejemplos: el disfraz de Lamela esquiador, el de Sor Inés Sabanés, el de Tomás Gómez de mudito de Blancanieves. También están los disfraces de política nacional: uno de Zapatero ?cejigótico? con sonrisa perenne y pocas palabras, otro de Rajoy con puro y ?mire/usted?, otro de Pepiño de obispo ?osoleto?, y el de Llamazares virtual por definición obligada. Los expertos no recomiendan alquilar el disfraz de Maleni porque hasta que el AVE no llegue a Barcelona le faltarán unos complementos. En internacional la propuesta viene obligada: un traje de Sarkozy con el niño hinchable encima de los hombros, y a su lado una señora de gafas oscuras y caderas de pantera, una Carla cualquiera. El disfraz de petit Sarko iría repitiendo por las calles: ?¡que me caso, leche!?, como repetía la abeja de Ruiz Mateos a Boyer.
Si hay crisis en el disfraz es porque nadie tiene ganas de asumir su papel, por eso no meten la mano en el baúl de las caretas por si encuentran la suya; ahí miedo a asumir la propia identidad. Por eso Corbacho no quiere disfrazarse de presentador y las niñas no quieren ser princesas que cantaba Joaquín Sabina.
La crisis de las realidades afecta a los disfraces y eso se nota en las calles de Madrid. En Valencia lo tienen más claro: cuando un político alcanza la fama le convierten en ninot, luego la gente le saca fotos, durante un tiempo está expuesto en una plaza y finalmente lo queman. Aquí no hay más cera de la que arde, por eso los disfraces han sido este año de lo más obvio.

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