Los santos inocentes

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El campo cuando llega a la ciudad para quejarse suele hacer mucho ruido y se hace notar, pero esta vez era algo más contundente que el desfile de ovejas merinas que una vez al año toman a la calle Alcalá como parte de la cañada real. La Castellana recuperó el color verde y marrón que tuvo hasta que el gobierno de Azaña le encargó a Secundino Suazo urbanizar los altos del antiguo hipódromo: halcones, colleras de galgos, codornices en jaula y realas transformaron el asfalto en vereda. A una semana de las elecciones a la Ministra Narbona se le cayó ?Los Santos Inocentes? de la estantería y los personajes de Delibes echaron a caminar por Madrid. Igual le hubiera convenido a la ministra no menear la estantería y atender las demandas de los cazadores. La policía había estimado que ocuparían un lateral y la muchedumbre cortó la avenida porque eran más de los inicialmente previstos. Numerosos autobuses aparcados en la zona del Bernabéu delataban el origen rural de los viajeros. Luego, al escucharles hablar te dabas cuenta de sus abiertos acentos de campo.
Por delante cuatro tractores que hacían las funciones de una acorazada agraria a revoluciones lentas, y detrás del olor a gasoil una interminable infantería de variopinto pelaje, desde un aristócrata de la escopeta como Dieter Schramm, (un señor de pelo blanco y cazadora austriaca que luce bigote prusiano y que encajaría en una revisión de ?La Escopeta Nacional?), a Ismael Tragacete, leyenda viva de la caza española, el Fernando Alonso de los cotos. Si el campo es de jornaleros, cortijeros y señoritos, La Castellana igual pero mezclados en singular procesión laica un sábado por la mañana. Señoritos de casino como el marqués de Griñón que debía experimentar por primera vez en su vida lo que es una manifestación, de ahí su desoriente, y gente estupenda de las que tienen al verde por el color de la elegancia, mezclados con una amplia mayoría de peones de la caza, esos que trabajan donde el señorito se divierte. En silla de ruedas iba un viejo guarda rural que denunciaba el abandono secular del mundo agrario siendo él una de sus víctimas. Había muchos rostros curtidos por el viento y el sol, gente humilde que no pueden ocultar su inocencia después de varias generaciones unidos a la tierra por un cordón umbilical invisible pero cierto. Ellos, los que se bautizan con los nombres del antiguo santoral romano: Plinio, Sandalio, Indalecio. Ellos, los que tienen muy claro que Dios hizo al hombre de barro porque las manchas de sus botas así lo delatan. Ellos, los que bebían cerveza a morro y miraban la ciudad con la curiosidad de un Tarzán de permiso. También, alguna ?pitita? de las que llevan al caniche atado con una correa con los colores de la bandera de España. En las manifestaciones, como en el campo, se mezclan las distintas especies que forman un mismo ecosistema. Incluso un señorito vestido de ?Cocodrilo Dundee? que habría llegado hasta la puerta del Ministerio de Medio Ambiente saltando de liana en liana, (mucho más fetén que bajarse del metro en la parada de Ríos Rosas). La caza, como primera actividad social que fue capaz de crear el ser humano, mantiene su estructura desde los tiempos de Atapuerca.
Lo más llamativo era el desfile de los alabarderos, arqueros y cetreros. Al frente Emilio Mora que iba vestido de mosquetero de pantalón blanco, botas negras y vistosa casaca azul, (el terno se complementa con espada pero no les dejaban llevar armas por si se viera en la obligación de defender a alguna princesa en apuros). El cardenal Richelieu no hubiera desentonado entre ellos. Con los halconeros Diego Pareja-Obregón, hijo del que fuera compositor de sevillanas, Manuel Pareja-Obregón, al que Carlos Saura dedicó una parte de su película ?Sevillanas?, y que fue nieto del torero Espartero. Esa mezcla popular de apellidos, sangres y dinastías también se notaba en las realas de podencos campaneros de ojos azules que llevan un hierro en el lomo grabado a fuego, unos animales dignos de novela de Tolkien y ante cuya presencia puedes experimentar el miedo del jabalí acorralado. O en los mastines con cruce de grifón y podenco que un joven manejaba con la voz. Leyó el manifiesto el periodista Antonio Pérez Henares, ?Chani?, que dedicó su libro ?Nublares? a su perro Lord Jim. ?Chani? está convencido de que el perro le agradeció la dedicatoria y ha leído la obra ?varias veces?.
Un buen día para Caperucita pero un mal día para ser el lobo, un grupo de ocho ecologistas con mono rojo y careta de zorro le gritaron a la comitiva: ?¡cazar es asesinar!?, pero la policía les retiró a tiempo para evitar males mayores. Es cierto que había muchos cazadores pero no portaban armas, ni los arqueros una triste flecha; no olía a pólvora en el humedal de Narbona. Y entre la multitud, en el anonimato del verde y el marrón, seguro que estaban Azarías, el personaje de la novela que repetía ?Milana bonita?, Paco ?el bajo? y la Régula. Tienen muchas cosas que contar de lo que vieron en Madrid cuando vuelvan al cortijo de la ?Jara?.

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