El laberinto de la calle Serrano

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Si para evitar los alunizajes en la ?milla de oro?, (conocida por ?milla de oros? en boca de la delegada del Gobierno), había que levantar aceras y pavimentos, quizá fuera una exageración municipal. Si para mejorar el tránsito del futuro hay que jorobar la circulación del presente, otro tanto digo.
Al amanecer de este lunes las máquinas de la construcción, esos paquidermos descomunales que queman gasoil por una chimenea, han tomado la calle Serrano como se despliega un ejército. Todo aquel que circule con su automóvil por la zona y aledaños, debe recordar lo que Dante decía a los que asomaban a las puertas del infierno: que abandonaran toda esperanza. Durante los próximos meses, que parecerán siglos, la tierra se va a mover en la calle Serrano y el trastorno llegará a otras partes de la ciudad porque Madrid es un ser vivo que se duele de sus órganos enfermos. Teniendo en cuenta la dimensión del proyecto y el tiempo de su ejecución podemos afirmar que será como asistir a que el dentista tarde varios meses en sacarte una muela; y así hasta que no se ponga el último adoquín sobre la nueva vía estaremos dolientes, maltrechos, anestesiados, cojitrancos y atascados. Otra vez una obra que a Gallardón le gustan completas y de dimensiones bíblicas; aquí no se admiten proyectos menores sino desguaces superlativos. Habrá cráteres, sí, pero como para ocultar un portaaviones. Habrá zanjas que inviten al vértigo del abismo. Habrá molestias vecinales que no se curarán ni con tortilla de aspirinas.
A pesar de la crisis se quiere dejar a Serrano lustrosa, dicen que en su estado original, aunque ese estado primigenio debió ser muy parecido a cómo lo van a dejar las obras. De revolver las tierras se obtienen tesoros, ya pasó en la M-30 donde apareció una cabeza de uro, y ahora en Serrano van a encontrar los huesos del matador que lo estoqueó.
Esa calle de porteros con librea y buzones con apellidos pluscuamperfectos se va a convertir en polvo dinamitado. Dicen que quedará estupenda pero, de momento, estupendos son los porrazos y las trampas. Es lo que se llama globalizar la incomodidad y no acabarse nunca.

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