Un hombre de honor

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Del banquillo del Atlético de Madrid no se sale indemne, dos años en el puesto cotizan como veinte en Guantánamo, (si Aguirre se da prisa todavía le puede sacar una pensión a Obama). Hasta que llegó el mejicano el banquillo del Calderón era lo más parecido a un tobogán de un parque acuático, los hubo que se despidieron sin saber cómo se encendía la luz del vestuario, allá cuando Gil lo consultaba todo con “Imperioso”.
Aguirre vale más por lo que calla que por lo que cuenta, si se pone a largar la rueda de prensa habría sido un desfile de sapos y culebras en camisón, en cambio eligió abrocharse el honor a la altura del nudo de la corbata. Punto y silencio. Ese club es tan insondable que igual te echan como entrenador pero a los seis meses te reclaman como a Fernando VII “El Deseado”.
Otros en su lugar habrían llorado o rabiado con los puños prietos, en cambio Javier Aguirre se fue con las mismas canas que entró. Cuando el gol entra por la puerta la despedida del técnico salta por la ventana. Lástima, era un tipo elegante hasta para decir adiós.

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