Fuerza y Honor en la final de Roma

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Para insuflar ánimos a la plantilla “Pep” Guardiola tuvo claro que debía proyectar un montaje basado en la película “Gladiator” mezclada con imágenes del equipo. El resultado fue una inyección de moralina en todo el corazón, y sus efectos en Messi, Iniesta y resto de jugadores los vieron millones de espectadores por la tele. Supongo que para Guardiola lo más rápido era aplicar una dosis doble de “Gladiator” en vena a sus jugadores, no era el momento de hablarles de Lao-Tsé ni de llevarles a la lectura de libros de caballerías. Otros se hubieran complicado la vida con charlas de pizarra que arrastran a la pereza de la tabla periódica de elementos, esa letanía mortal de gases y pesos específicos.
Guardiola podría haber optado por entregarle a Etoo un ejemplar de “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu pero quizá la disección de ese libro le hubiera ocupado varias vidas cuando en realidad interesaba transmitir una emoción rápida y breve. Toda final deportiva tiene un punto épico, Guardiola supo aprovecharlo usando las nuevas tecnologías que permiten la propagación de un mensaje en apenas veinte segundos, (que se lo digan a los partidos políticos que se zurran en videos lo que luego no están dispuestos a discutir en ideologías). A partir de ese momento dejó de ser el entrenador de una plantilla de fútbol para convertirse en un general del XIX de los que movían masas de tropas por extensas llanuras. Sólo le faltó acudir a los sonidos del tambor del Bruc para ofrecer una moralina completa, entusiasta y eficaz. Ya lo dicen los del cine que sin efectos especiales no seríamos nadie, pero antes lo dijo Alejandro que se ocupó de la disciplina en combate como primer paso de una victoria asegurada.
En los monasterios el papel de propagador de la moral lo tiene el monje lector que repasa fragmentos de textos religiosos que infunden ánimo a los comensales. Es decir que siempre es conveniente que alguien nos potencie lo mejor que tenemos dentro para luego dar el salto a la victoria. Esto lo sabe Guardiola; hay equipos (y monjes) que salen derrotados y con la fe perdida antes de que el diablo empiece a dar patadas. Así que de vez en cuando, además de comprar la fabada de la abuela, es conveniente tener a la abuela cerca para que nos suba el ánimo y nos tire piropos de espejo; esos que dicen que no hay nadie más guapo que yo.
Sólo por el truco de “Gladiator” Guardiola merecería dar otra vuelta por Barcelona con el coche descubierto. Nadie como él ha sabido que tenemos dos tercios de agua en nuestra composición, pero que también algo de cine llevamos dentro, de ahí lo importante que es encontrar cada uno su mejor banda sonora.

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