Julián Lago

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Su agonía ha durado mucho pero supongo que a él no le importaba porque ya tenía tomada la decisión de morir varias veces. La primera vez sería una muerte mediática, ocurrió cuando dejó de aparecer en “El Gato al Agua” y abandonó el resto de colaboraciones. Luego hubo otra muerte en forma de exilio rumbo a Paraguay. Y, finalmente, la muerte por atropellamiento de una moto infame cuando a él lo que le hubiera gustado es morir empitonado por un toro de Jandilla. Julián Lago fue un producto del crecimiento de la libertad de expresión en España. Pasó de dirigir “Tiempo” y “Tribuna”, cuando la gente leía semanarios como fuente de opinión, a enfangarse en la telebasura de Lazarov cuando se potenciaba el “gilismo” como una manera de tener audiencia. Se inventó “La Máquina de la Verdad” que nos tuvo como tontos pendientes de si Carmina Ordóñez era una frívola, o si Amparo Muñoz había consumido drogas hasta perder la corona de la belleza. Lago nos engañó; ni su pelo era de Sandokán, ni sus ojos tenían el azul profundo de los mares tropicales. Lago se quedó con todos nosotros porque para eso tenía dotes de presentador de pista de circo. La última que estuve con él coincidimos en un plató de televisión; se quejaba de Zapatero, se había hecho un “conversador-conservador.” Se despidió con el frío de diciembre y anunciando que se iba a Paraguay. Cierto. Pero no ha vuelto; en su lugar nos ha llegado una esquela. Dejó dicho: “no me lloren, háganlo después de la publicidad”.

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