La samba de los corazones rotos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Felipe IV no se enteró a la primera porque tiene el caballo mirando en dirección contraria a las pantallas gigantes instaladas en la Plaza de Oriente pero el respingo que dio el animal no le dio buenas vibraciones. La estatua será de bronce pero tiene corazón como todas las cosas inanimadas de este Madrid de los Juegos. La diferencia entre una corazonada y una desazón de viernes son tres palabras: Río de Janeiro. Todo ese ruido entorno al escenario, toda esa danza de la buena suerte, las manos gigantes y las caras de entusiasmo se vinieron abajo como se desvanecían las canciones en los viejos tocadiscos de 33 rpm cuando se iba la luz. Más de uno se preguntó, (como en el anuncio): “¿Papá, por qué somos del Atléti?”, pero en versión olímpica que es un grado más en la escala de los sueños.
Antes de que la pena bajara por la Cuesta de San Vicente, o cayera en catarata suicida por el Viaducto, los empleados de limpieza del SELUR entraron en escena para recoger los trozos de corazón esparcidos por el suelo, pequeñas muestras del ADN de una gran ilusión colectiva que nos tuvo unidos durante unas horas. Y, se supone que la ilusión en su calidad de variante de la energía, nunca se destruye sólo se transforma. De ahí la importancia que tenía el trabajo de las escobas del SELUR para recoger cachitos y enviarlos al sanatorio de los dolores colectivos. A pesar del recorte en los presupuestos a la investigación científica aquí estamos muy avanzados en poner en pie lo que a otros les costaría años recuperar. Las cornadas de caballo las sanamos con la experiencia del doctor Padrós, cirujano de Las Ventas, o en su defecto con unas cañas por Santa Ana . Ya lo decía Pat Riley cuando entrenaba los Lakers que lo peor no era perder sino la cara de gilipollas que se te queda.
Sería una incoherencia que se perdiera la ilusión que ha generado Madrid 2016, la causa olímpica ha sido capaz de hermanar a rivales políticos, ha creado el clima de que cualquier cosa es posible si somos capaces de ponernos de acuerdo, y quién dice Juegos también piensa en economía. Valga esta emoción colectiva para saltar sobre cinco aros o para salir de las cinco crisis.
Gallardón quizá no sea Juan Tamariz, (al que premiaron en Estados Unidos como el mejor mago del mundo), pero ha sabido tenernos pendiente de su chistera hasta el final. No sería justo que cayera sobre él toda la escarcha de Copenhague. Durante la puesta en escena de la delegación española se notaba cierto orgullo contenido, (lo siento por Obama pero los nuestros estuvieron mil veces mejor); si la intención era emocionar al personal lo consiguieron con nota alta. Quizá por eso Felipe IV no quiso girar el caballo, para mantener su imagen de hombre duro y para que no se le llenaran los ojos de agua de octubre.
Es de esperar que los trabajos de reconstrucción de los fragmentos recogidos por el SELUR terminen pronto y las piezas deterioradas sirvan para alimentar esta máquina de contagiar optimismo que se ha inventado Madrid. Guardar el secreto en una caja con siete llaves en la casa de las Siete Chimeneas sería una lástima. Ríe-Río, luego cabalgamos. Igual es que no nos tocaba en 2016 y tenemos que ir a por la siguiente, tal vez nuestra maratón tenga más kilómetros que la de los demás, pero no por eso nos vamos a quitar las zapatillas justo ahora.
Esta ciudad tiene la obligación moral de volver a la batalla, se merece ganarla porque la ha peleado más que nadie. Decía Concepción Arenal que las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican. Vale, nos quitamos el guante de la mano de colores pero no vamos a rendirnos, que no, (que no aquí y en Copenhague). Ríe-Río y calla Madrid, (de momento). Cuatro años no son nada. Podemos. Es más: queremos.

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