Toque de queda

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Pocos lugares hay tan libres en Madrid como El Retiro, entre sus árboles siempre se ha hecho “la real gana” desde que dejaron de ser real coto de caza. Inclúyase en ese apartado el de amantes/quiromantes, (ambos trabajan con las manos), también el de poetas/porretas, (ambos en estado de alienación de la realidad), y el de músicos afinados o no. En este último capítulo se encuadran los seguidores de los tambores de Calanda que en homenaje a Buñuel aporrean al atardecer. No es la selva, es Madrid.
Durante treinta años los amantes de la percusión se han reunido entorno a la estatua de Alfonso XII. Si tenemos en cuenta que la estatua es, hoy, igual de sorda que hace tres décadas, llegaremos a la certeza de que no es el anciano rey el que se queja sino el concejal de turno. A partir de ahora, bajo la amenaza de “multa gorda”, (como se dice en el lenguaje de los tebeos), todo aquel que toque en El Retiro se las verá con la autoridad im-pertinente. De momento no se ha recibido queja alguna de las ardillas del Retiro, tampoco de los taciturnos. No hay registro de movimiento sísmico dominical provocado por los amantes de los tambores.
Ahora bien, en el caso de que aspaventaran a algún paseante y molestaran con su percusión, sería mucho mejor aplicar la sordina antes que prohibir, verbo que en El Retiro desde aquellos tiempos de guardas con mosquetón se ha conjugado mal.

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