Cañones o mantequilla

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Decía el difunto Samuelson que llega un momento en una sociedad en el que se tiene que plantear la dialéctica cañones o mantequilla. Se refería a ese instante en el que se apuesta por la paz o se continúa por el camino de la guerra que para los griegos era la única realidad posible. Samuelson, fallecido hace un par de semanas, era Premio Nobel igual que Obama al que le ha pasado el economista la gran pregunta del siglo: ¿apostar por la paz o seguir reforzando divisiones acorazadas?
El ataque al Papa y el intento de secuestro de un avión en Estados Unidos por parte de Al Qaeda marcan la tendencia que dice que la seguridad es un asunto prioritario y que puede bloquearnos en caso de no dar una respuesta adecuada. Samuelson ya murió y dejó su interrogación al gabinete de Obama que es Premio Nobel de la Paz pero a la vez ha solicitado refuerzos de tropas en Afganistán. Los asesores del presidente de Estados Unidos le obligarán a tomar medidas para responder a los ataques terroristas y esa respuesta tiene que ser distinta a la que hubiera hecho Bush porque en otro caso los electores se preguntarán por qué no ganaron los republicanos. Con permiso de McLuhan ahora “el miedo” es el mensaje, y en ese escenario de las amenazas es dónde hacen negocio los agoreros y los “salvapatrias”. Después de ver cómo agredían a Berlusconi, al Papa y cómo intentaban secuestrar un avión para repetir el 11-M, a Obama le van a cuestionar que cierre Guantánamo y que no envíe más tropas también a Irak que es el pozo sin fondo, (y sin piedad), que empezó a excavar su antecesor en la Casa Blanca.
Pero llega un momento en el que a los gobernantes no les queda más remedio que elegir entre cañones y mantequilla. Si gana la primera opción entonces desaparecerán las ayudas sociales y los programas de colaboración con el tercer mundo. Y a mayor distancia entre el primer mundo, y el resto, mayores serán los problemas que se plantearán en materia de seguridad.
Los partidarios de los cañones son los mismos que aplauden el levantamiento de barreras físicas entre países, (pero a la vez han defendido con entusiasmo el aniversario de la caída del Muro de Berlín). Y, hasta es posible, que en Navidad hayan tenido algún gesto de bonhomía dándole un estipendio a un pobre; por supuesto sin mirarle a la cara porque la miseria da mucha dentera.
Ahora que en los aeropuertos nos registran hasta los zapatos y que es posible seguir nuestro rastro a través de cien cámaras de vigilancia, pública o privada, es el momento de no renunciar a la libertad aunque cueste, aunque duela.

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