Mira quién baila

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

No sé si lo sabrán pero hace una semana estuvimos a punto de que los alemanes se hartaran de nosotros y nos enviaran, directamente, a hacer puñetas o lo que es lo mismo a seguir la final de ese concurso en el que bailan los famosos y la gente se queda embobada viéndolo. Hace una semana, mientras Rajoy contemplaba pasivo un partido de tenis en Madrid, y Zapatero tenía otro de sus momentos “zen”, estuvieron a punto de mandarnos a la inopia del futuro europeo.
El noble pueblo español, llamado “el respetable” según la maldad de algún crítico perverso, de nuevo permaneció ajeno a su destino y esperó que del cielo le cayera algún maná porque en el fondo creemos que nos lo merecemos todo. A efectos sociológicos nos comportamos como niños en el patio que juegan distendidos porque saben que alguien les estará haciendo la comida. De esta nos hemos librado, ya veremos la siguiente, pero de lo que no nos libramos es de una manera pasota de ver la vida que roza con patológicos rasgos de suicida. Antes de que los japoneses inventaran el “kamikaze” en España habíamos creado el pasota integral que confía en la divina providencia y en tomarse unas cañitas porque con él no podrá el mal fario. Pasotas, pancistas, vagos y redomados señoritos que nunca se han tomado en serio su destino. Lo siento: no tenemos remedio.
Uno experimenta cierta envidia cuando ve que los franceses tienen solucionado, desde hace dos siglos, el concepto de nación y aquí estamos con que la patria es algo “discutido” y “discutible”. Tan catetos somos que en lugar de ensalzar los méritos ajenos nos tenemos una envidia racial que raya con el absurdo y, en vez de aprender de la diversidad que nos une lo que hacemos es pelearnos en distintas lenguas.
El Senado va a crear un cuerpo de traductores para que se entienda esta torre de Babel. Espero que no trasladen a otras lenguas oficiales las palabras de la senadora socialista por Jaén, Adoración Quesada, que fue tan borrica como para afirmar que el desempleo no puede ser más alto porque la calle está llena de “bemeuves” y de parados que van a los toros y a las romerías.
Seria deseable que hubiera una reacción más contundente y un cabreo generalizado pero no, al revés, llega el buen tiempo y no nos va a jorobar el vermouth la señora Merkel. Amodorrados ciudadanos que se conforman con ser figuras del Museo de Cera. Eso: mira quién baila, mira quién no piensa, mira quién grita gol, mira quién se rasca la tripa. Y, mientras, mira hacia dónde nos vamos. No me gustaría acabar el artículo con una palabra que huela mal pero no tengo otro remedio, ya lo dijo Fernán Gómez en un momento de lucidez: “¡a la mierda!”. Ahí mismo.

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