El lejano parentesco de los números primos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Pitágoras, ese gran desconocido. Los distintos planes de estudio que hemos experimentado, (todos ellos creados con la intención de potenciar la educación de nuestros hijos), arrojan los mismos malos datos de siempre con respecto a las matemáticas. Aprobar con un cinco raspón, y con un examen más fácil que el del año pasado a decir de los profesores, no es bueno. Pensemos que estos niños serán luego los economistas que nos ayuden a salir de la crisis puesto que va para largo, y una cosa es utilizar la “contabilidad creativa”, y otra muy distinta apuñalar la tabla del 9 por la espalda. Hipotenusa, catetos, senos y cosenos están tan lejos de la realidad de los alumnos madrileños como Marte del lago de la Casa de Campo. Los decimales se atragantan, los logaritmos se vuelven espesos y la raíz cuadrada es aquella cosa que se esconde debajo de una uve gigante y cuyo valor se desconoce hasta que no aparece el profesor y resuelve el problema con el pasmo del alumnado que asiste a un truco de magia… “¡ahhh!”, dicen.
Aprobar se ha conseguido pero con una nota tan rácana que es mejor silbar mirando a otra parte. Superada la barrera de no sumar peras con manzanas parece que lo siguiente es un misterio de arcano mayor. Las ecuaciones son esos laberintos que llenan las pizarras en horizontal y que al final siempre da X, o Y. Podemos echar la culpa a los romanos que tenían un sistema numérico que quedaría muy mono en los relojes de sol pero que provocó un colapso neuronal en los descendientes del Imperio. Teniendo en cuenta que hay mucho adulto que pasa cerca de la Puerta de Alcalá todos los días y no consigue descifrar en qué año la inauguró Carlos III, como para pedir maravillas en una multiplicación con números romanos.
Lo suyo es rendirse ante la evidencia, aquí somos más “de salir” que de “sumar”, y con estas terrazas tan agradables todos los números se convierten en primos. En el caso de los niños todos los parques se convierten en lugares de evasión; es indudable que resulta más interesante perseguir a una lagartija que despejar una incógnita.
La autoridad educativa correspondiente tiene por delante el reto de contagiar a los alumnos la alegría por los números, una tarea inútil si ellos no ponen algo de su parte. Quizá podríamos clonar a Pitágoras y hacerle personaje de serie infantil. Tenemos claro que uno y uno son dos, pero a partir de ese momento se abre un horizonte inescrutable e inmensamente peligroso. ¡Vaya por dos!, o por tres.

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