Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El miércoles no tenía que haber sido noticia Lorca pero lo fue. La tierra tembló de manera corta, seca y violenta, tanto como para tumbar campanarios y para provocar el miedo de los transeúntes. Viendo las imágenes uno se hace una idea pero pisando aquellas calles te la haces mejor.
Acabo de regresar de Lorca, aún traigo el olor a polvo de escombro metido en la nariz. Dónde no hay un cascote hay una raja, un vehículo destripado, o una acera intransitable. Sólo los maniquíes de un escaparate de la Avenida Juan Carlos I han soportado la sacudida, todo lo demás se ha echado a perder. En la Huerta de Santa Quiteria han levantado un campamento para personas sin hogar que cubre de lado a lado una explanada dónde de día azota el sol y de noche hay que taparse con mantas. Los niños juegan entre las tiendas de campaña y sus padres hacen cola para que la Cruz Roja les de una ración de comida. Ejemplar la presencia de Cruz Roja y de la Unidad Militar de Emergencias, es verdad que somos el país que mejor sabe administrar las catástrofes aunque luego sea incapaz de lidiar con lo cotidiano. Una vez que se marchen las cámaras y los micrófonos volverá a caer el silencio sobre el campamento de refugiados de Santa Quiteria. ¿Quién se acordará de Lorca cuándo ya no sea Lorca si no una noticia antigua de las que se cuentan en el resumen de fin de año entre la boda del príncipe Guillermo y la Liga que ganó el Barcelona?
He podido caminar el centro histórico en el que apenas queda gente, la mayor parte de las casas están vacías y casi todos los templos se han echado a perder, hay grietas en los techos barrocos, hay polvo de ladrillo centenario repartido sobre los bancos de la Iglesia de Santiago, así como heridas mortales en la fachada del Ayuntamiento. En su explanada dí con el único bar abierto, “La Colegiata” que regenta una mujer menuda pero con fuerza, se llama Kety y no quiso cerrar las dos primeras noches para atender a los vecinos.
Kety explica al que le quiera escuchar un relato de solidaridad urbana: “a los que piden cerveza se la cobro porque es un capricho, pero la tila la doy gratis porque le hace falta a todo el mundo”. Kety tiene a la tila por un producto de primera necesidad. Mientras haya alguien en mitad de un desastre dispuesto a darnos tila y conversación es que no todo está perdido. He visto caras de gente que no consigue dormir porque lo han perdido todo. De momento tienen el susto encima pero luego se darán cuenta de que la normalidad será lenta, cara y costosa. Y esta vez no hay campana que repique para llamar a la oración. También las campanas de Lorca callaron para siempre.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion