La bañera oficial

MADRID, 8 Feb. (OTR/PRESS)

En Estados Unidos hubo una época en la que o contabas tu aventura en la guerra de Vietnam, o te la contaban a ti. Aquello pasó y lo que está de moda es narrar batallitas eróticas de la Casa Blanca, de ahí que una honorable jubilada airee su romance con JFK cuando ella era becaria en Washington. Y por lo que cuenta lo de Clinton con Lewinsky fue una cosa de poco glamour comparado con lo suyo. Mimi Alford perdió la virginidad a manos de John Fitzgerald Kennedy cuando ella tenía 19 años y él 45 (quizá no fue “a manos” pero creo que se entiende bien la metáfora). El caso es que en plena Guerra Fría ellos chapoteaban en una bañera de agua caliente con patitos de goma.

Imaginar al hombre más poderoso del mundo chop-chop con la becaria y sus patitos amarillos es algo que nos debería llevar a la reflexión. La leyenda de JFK por los suelos: hasta el momento sabíamos que Marilyn le susurró en público ante una tarta de cumpleaños, aquello si que era una imagen favorecedora; en cambio esta de los patitos es demoledora por lo que tiene de ñoña y cursi.

Mimí (que no Marilyn), le ha hecho la puñeta a la memoria de JFK. Hay cosas que aunque sean ciertas no se cuentan. Si hemos podido pasar cincuenta años sin conocer que a Kennedy le gustaban los patitos de goma en la bañera podíamos haber soportado otro medio siglo en la ignorancia. A las memorias de Mimi le responderán desde la CIA diciendo que no eran patitos sino agentes que prestaban servicio en el baño del presidente. Todo lo que queda dentro de la Casa Blanca tiene categoría de especial protección y seguro que la bañera oficial también. Podemos dar gracias a que en la época no había teléfonos móviles con cámara de fotos porque en caso de llegar la imagen de Kennedy con los patitos al Kremlin la risa estaba garantizada. En un mundo tenso y bipolar, en plena crisis de los misiles, el camarada Nikita Kruschov se hubiera partido de risa. Si Mimi cuenta lo que sabe entonces, en lugar de ahora, le hubieran puesto su nombre a una avenida de aquella Moscú entonces capital de la URSS y Roma de todos los comunismos.

Por lo que escribe esta señora la relación se mantuvo en el tiempo mientras Jacqueline, ajena a toda la movida, se probaba gorros y tocados en París. En realidad el “tocado” se lo preparaba su marido en la cama matrimonial que compartió con Mimi-becaria. Es verdad que de todo aquello ha pasado un siglo, ha cruzado un milenio y hasta puede que también se haya desplegado un tupido velo. Pero Mimi no olvida y nos trae ahora la imagen de un presidente activo de cintura para abajo y amante de bañeras con patitos. Eso: a la vejez bañeras, señora.

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