Pánico barato

(OTR/EUROPA PRESS, miércoles 12 de septiembre 2012)

Hace bien la Ministra de Fomento en plantarle cara a las compañías aéreas de bajo coste que a su vez son de alto peligro. Por un precio bastante apañado uno puede experimentar las sensaciones de ansiedad, malestar, boca seca y pánico colectivo a poco que se lo proponga. Que el billete cueste menos no tiene que estar asociado al desprecio por el viajero y el pasotismo a la hora de dar explicaciones. Cuándo preguntan en el mostrador si quieres pasillo, centro o ventanilla, dan ganas de responder que un asiento normalito pero de esos que llegan a destino sin que salten las mascarillas de oxígeno, sin tener que regresar después del despegue y sin necesidad de ir rezando el rosario porque sabes que el avión va justito de depósito. Porque cuándo no son problemas de combustible son líos con la presurización de la cabina de pasajeros. Hay veces en las que uno no sabe si está metido en una atracción de feria o en un avión que tiene por objeto llegar a su destino y no quedarse a un kilómetro de la pista por falta de queroseno. Y otras veces en las que desearía haber sido lanzado con una catapulta porque aunque el despegue es violento al menos garantizan la llegada en un breve periodo de tiempo sobre mullido colchón.
Pero los buenos deseos de la ministra chocan con el interés comercial de esas compañías cuyos directivos se ponen farrucos y se acogen a que sus aviones tienen bandera de otros países. Voluntad de cambiar y propósito de enmienda poco de momento; al revés, a estos tipos bordear la Ley se les da muy bien, de hecho comparten los mismos genes que los piratas del siglo XVII. Somos un país que vive en gran parte del turismo y no nos podemos jugar la buena fama que tenemos en tierra por culpa de unas barrabasadas aéreas. De hecho se hace extraño que los empresarios hosteleros no se hayan organizado para exigir otro tipo de vigilancia en los aviones “low cost”. Hasta el momento ese tipo de emociones fuertes ocurrían cuándo alguien viajaba en vuelos internos por países del tercer mundo y hasta tenía un atractivo turístico fotografiar el ala cuándo se detenían las aspas de un motor.
Si el control consiste en multas no cambiarán mucho las cosas porque esos euros saldrán de esquilmar al pasajero al que le cobran hasta por subir a bordo con la funda de las gafas. El control debería ser más drástico hasta suprimir aquellos vuelos que no reúnan las mínimas condiciones de seguridad. Póngase seria doña Ana Pastor y marque de cerca de estos jetas que crecieron al amparo de una legislación ancha y de una autoridad aérea que miraba a otra parte, cómplices por tanto de estas tropelías que se cometen en nombre del ahorro.

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