El verdadero debate

(“COLPISA”/VOCENTO, martes 19 de febrero 2013)

Si el debate sobre el estado de la nación va a ser un ejercicio de narcisismo de Rajoy y Rubalcaba mejor que lo dejen. Si va a consistir en mirarse al espejo y esperar el aplauso de los suyos mejor no perder el tiempo. Podemos acudir a los versos de Edmond Rostand en “Cyrano de Bergerac” y repetir airados: “¿Sentir temor a los anatemas?/ preferir las calumnias a los poemas,/ coleccionar medallas, urdir falacias?/ ¡No gracias, no gracias!”. La distancia entre el estado que pueden discutir Rajoy y Rubalcaba y el pueblo llano es de meteorito: pasa cerca de nuestras cabezas, notamos sus efectos en el bolsillo pero no son los problemas de la tierra.
Muestra de lo anquilosado del debate parlamentario es que tenemos que esperar a una vez al año, (dos con el de presupuestos), para presenciar un cara a cara entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, y mientras pasan los líos por delante de nuestras narices. Es tal el aluvión de presuntos delincuentes que transita por nuestros juzgados que terminarán poniendo puertas giratorias para agilizar la entrada. Y de eso no se va a hablar en el Congreso de manera abierta porque aquí cada uno tiene su corrupto de cabecera, su “Corina” o su “Corino”. Si Bárcenas tiende a la peineta como expresión máxima de su talento, José Blanco tiende a las gasolineras; y lo que no es una ministra de Sanidad que no se entera es una ex ministra de Economía que soñó con brotes verdes.
Rajoy y Rubalcaba quieren salir airosos del debate porque las encuestas no son buenas, son peores para Rubalcaba que no consigue aproximarse a un presidente del Gobierno en horas bajas con líos importantes en la bodega del partido. Ambos se podrían preguntar cuál es la distancia que les separa de la realidad y por qué motivos la han ido ampliando. El debate tiene nombre y apellidos: el de los parados. Además tiene números, de recortes y también un problema grave de definición del Estado. Pero por encima de esto el verdadero debate es la cola ante un comedor social, a partir de ahí cualquier juego de florete entre ambos contendientes es una fruslería capitalina que solo interesa a los pelotas de cámara. Chuminadas las justas, está en juego la credibilidad del sistema.
Prueba de lo poco que se lo toman en serio es que Rubalcaba pidió la semana pasada la dimisión de Rajoy, ¿qué le queda para el debate?, igual le manda a tomar Fanta. Ocurrencias sobran, lo que son necesarias son propuestas concretas y menos falsedades porque quién tiene a Bárcenas en nómina hasta hace un mes no puede dar lecciones de ética. El debate puede caer en una discusión semántica diseñada en ordenador por asesores que cobran por ocurrencias/hora. Asomarse a la calle aunque sea por la ventanilla del coche oficial ni se les ocurre no vaya a ser que les digan la verdad. Una gran pereza por tanto nos aguarda; una buena ocasión para repetir: “¡no gracias, no gracias!”.

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