El gran botijo

(“EL BOLETIN“, miércoles 18 de diciembre 2013)

Interior al tiempo que ultima la Ley de Seguridad Ciudadana piensa comprar un camión-botijo de los que usan las policías en otros países para dispersas manifestantes a base de “manguerazos”. No es que no tuviéramos aquí, (los tenemos pero no se usan desde que Alfonso Guerra iba de joven promesa), la compra obedece a otros criterios mas actualizados y el primero de ellos es que Interior prevé que la algarada callejera se convierta en un canal de expresión incómodo para el poder.
De momento algunos mandos policiales estiman que es una locura tirar de camión-botijo que además de caro no tiene capacidad de maniobra en las calles estrechas, y puede provocar lesiones importantes debido a la presión del chorro por mucho que el ministro del Interior nos lo quiera vender como una máquina inocente que disuelve concentraciones de manera pacífica y que de paso riega las macetas de los vecinos que asomados a sus balcones vitorean el paso del mastodonte mecánico. Y no es así.
A unos no les convence por su escasa utilidad y a otros por su precio elevado. Ahora que conocemos los correos de Blesa podemos hacer la comparativa y darnos cuenta de que ese camión cuesta lo mismo que aquel criticado coche que el entonces presidente de Caja Madrid adquirió como capricho. Mas bien parece que es el ministro el que se quiere blindar de la calle pagando el precio que sea; de momento es medio millón de euros mas lo que cueste llenar sus dos depósitos: el de gasolina y el de agua. El ministro se atrinchera detrás de la realidad y lo hace en su almena favorita del castillo mas escarpado del reino.
En adelante preparémonos para ver cómo avanza por las calles este dinosaurio hidráulico que viene para poner en remojo a las voces discordantes. Y preguntémonos si tan peligrosos resultamos los ciudadanos para el poder, por qué tanta prevención y medidas represivas, ¿acaso somos malos por naturaleza? Volverán a pagar justos por pecadores porque a quienes acuden para reventar una manifestación el botijo no sólo no les corta el entusiasmo si no que les provoca cierta dosis de adrenalina. Contra esos hay que ser contundente pero no hace falta duchar al resto de la ciudadanía que se manifiesta de manera legítima.
Y, por supuesto, agárrense para evitar la fuerza del chorro porque de un empujón colosal puede acabar en una alcantarilla hasta alcanzar el remanso de un lago de heces de los muchos que tienen las tripas de una ciudad.

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