Conversaciones privadas

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 23 de febrero 2014)

Por encima del “no me consta”, “no recuerdo” y “no lo sé”, destaca una frase de la comparecencia de la infanta Cristina: “en casa no hablamos de negocios”. Con esta declaración de intenciones la infanta se une a un pensamiento español muy extendido: de lo que no se habla no existe.
Durante años los derrotados por la guerra civil convivieron con la realidad franquista pero conscientes de que mejor no recordar el pasado, sobre todo delante de los niños. No rememorar la República era una manera de dejar claro que nunca hubo una guerra. Según dicen los sicólogos también es habitual que cuando una familia ha vivido un gran trauma no hable más del asunto para borrarlo de sus mentes.
Nos podemos plantear que si la infanta Cristina y su marido no hablan de negocios en casa, (por tenerlos por una conversación tremendamente vulgar), ¿entonces de qué hablan? Una señal de riqueza es delegar las cuentas en gestores para no mancharse uno las manos con asuntos tan prosaicos como mirar la cuenta bancaria. La mayor parte de las familias necesitan hacer números para saber en qué gastan y cómo pueden administrar mejor sus recursos, salvo los muy ricos para los que nunca existe el concepto “fin de mes”. Doña Cristina y su santo marido no tienen necesidad de calcular si es mejor comprar pescado o carne, o si hay que controlar la calefacción porque el recibo es cada vez más caro.
Los ricos tienen otros temas para comentar en casa, hablar de dinero es de pobre. Las conversaciones privadas, (de talento), en casa de los Urdangarin deben girar en torno a las próximas vacaciones en la nieve, la nariz re-operada de Belén Esteban o alguna referencia a los árboles frutales del jardín que siempre adelantan la primavera. Lo demás es superfluo como dejó claro Cristina Federica ante el juez Castro que cometió la tropelía de hablarle de usted, ¡menudo atrevimiento! Eso debió ser la peor parte de aquel sábado en Palma. A una princesa/infanta no se le habla de usted.
No les veo charlando acerca del humor según Aristóteles, o mucho menos abordando el setenta y cinco aniversario de la muerte de Antonio Machado. Tampoco les imagino sumergidos en la lectura salvo de un best-seller comprado en un aeropuerto durante uno de esos tiempos de agotadora espera. En justicia tampoco les veo hablando de negocios porque una cosa es ser muy avispado y otra creerse “el lobo de Wall Street”. O será que la gente bien comparte salón, que no sofá, pero no hablan. Para ellos hablar sería de pobre; cada uno escuchando música por cascos y comunicándose con gestos entre ellos y a través de una campanilla con el servicio. Todo lo demás pasa a categoría de ruido mundano totalmente prescindible.

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