La paciencia de Madrid

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Vale, tenemos que admitirlo, en una reencarnación anterior los madrileños fuimos seres perversos, malvados, crueles e insaciables. Por lo tanto lo que hacemos en esta vida, en esta ciudad, es purgar nuestros males. Y a raíz de las cosas que nos ocurren, nuestras ofensas parece que fueron muy graves. De otra manera no se entiende que vivamos en la ciudad de los peligros, capital de las sirenas, costa de las penas. Madrid villa y corte (de cortafuegos). Si nos ponemos a hacer un repaso mental y urgente nos salen más calamidades de las que puede soportar una generación. Si nuestros padres y abuelos conocieron las bombas en la Gran Vía y en la Casa de Campo, nosotros hemos visto la sangre del terrorismo, el humo islámico, la ira de Dios y la cólera de Alá.

El último episodio es el incendio de la Torre Windsor. Madrid ha tenido estampas de Beirut, de Bagdad asediado, de Roma con Nerón y ahora de Manhattan sin Central Park, de Coloso en Llamas sin el puente de Brooklyn. El infortunio no nos ha permitido ni descansar un sábado por la noche. Debe esta ciudad un homenaje continuo a sus bomberos, a sus ambulancias, a todos los que prestan su vida a la urgencia de los demás. Sólo faltaba que el Titanic hubiera partido del lago del Retiro.

Madrid mantiene la sonrisa a pesar de todo, admirable. Mira al futuro con deseos olímpicos y con sueños de paz. Se merece un podio, una medalla de oro, una primavera suave, un mejor vivir, un cariño del tiempo. Cualquier cosa para secar las lágrimas y el hollín de los hijos inocentes de la ciudad asediada.

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