Oficio de modelo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Desde hace años IFEMA se viene apuntando el tanto de la organización de la Pasarela Cibeles, empezó de forma tímida compitiendo con Barcelona y hoy ha superado a Gaudí colocándose entre las señeras del mundo: París, Milán, Londres, Nueva York.

Si hacemos cálculos de todos los pases, de todos los desfiles, de las cuarenta y dos ediciones, nos sale un ejército de modelos tan numeroso como los Guerreros de Xián. Y todas con una cara de no estar, de pasar por allí, cuerpos gloriosos sin identidad que prestaban su alegre trotar al servicio de la alta costura, ¿dónde van las modelos cuando termina un desfile?, ¿se las traga la pasarela?, ¿les espera un novio con avión privado o se convierten en chicas anónimas que caminan por los pasillos del metro?, ¿es verdad que comen manzanas y hablan constantemente por su teléfono móvil?

El oficio de modelo consiste en lucir pero sin destacar, todo lo contrario a lo que nos tienen acostumbrado los petardos de la televisión. Su cometido es no ser recordadas, no dejar huella, no ser nadie. Son fantasmas bien vestidas y tan maquilladas como una puerta barroca. Pero, lo mejor es que cuando todo termina, vuelven a la oscuridad de donde vinieron.

Demasiado elegantes para ser obreras y demasiado bellas como para no dejar rastro. Todas ellas con aspecto de secundarias de película de cine negro, algunas quedarían perfectamente bajo la lluvia en una escena de L.A. Confidencial.
Hay que ver la cara de morbo con la que les miran los señores mayores, ahí se entiende que puestos a adorar hay quien prefiere a las santas sin peana.

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