Patadas subterráneas

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Estimado alcalde… de Madrid: un mar de fondo tan espeso como el que se ha creado a cuenta del control del Metro tiene que terminar aflorando a la superficie. Las patadas que le da a la Comunidad de Madrid por debajo de la mesa dejan al partido del sábado en el Calderón como modelo de juego limpio. Por un lado coloca a sus peones de confianza días antes de las elecciones y por otro agita lo que puede los movimientos de Esperanza Aguirre, para que se note quién es el alcalde aquí y quién maneja los laberintos. Lo que era una leve incomodidad se ha convertido en una lucha fratricida, (el Metro será de todos pero su gestión se la reserva, para eso usted es el Cousteau de las vías madrileñas, el primero que bajó al fondo y descubrió el tesoro).
Es tal su obstinación por no soltar el juguete y dejar que en la Comunidad puedan disfrutar también de él que en el entorno de la Puerta del Sol empiezan a sospechar si no habrá convertido los vagones en submarinos desde los que lanza torpedos a la línea de flotación del buque presidencial. Con su actitud y cabezonería ante los ojos de Esperanza Aguirre está quedando como aquel niño romano, Tarsicio, que subió a los altares porque no dejó que los paganos le robaran el cáliz con las sagradas formas. El acólito Tarsicio prefirió antes el martirio a soltar lo que tenía entre manos, y como en aquellos tiempos eran un tanto brutos y las piedras abundaban por las calles, le dieron una buena tunda.Usted verá si quiere que le recen como el santo que lleva un convoy de Metro en las manos que se negó a entregar a los responsables de la Comunidad de Madrid, una suerte de santo cabezón con la mirada perdida en algún punto del cielo.

Iturbe, el gerente de la EMT (uno de los suyos), ya ha dejado caer su opinión contraria a mantener abierto el Metro durante las noches de los fines de semana. Otro palito en los radios de la bicicleta de la presidenta, para que tome nota. La opinión de Iturbe sólo se puede entender desde el punto de vista de que vale igual el billete para el Metro que para el autobús. A partir de ahí cuenta más bien poco, salvo que sea otro emisario con recadito, una botella que flota pero que habla en lugar de dejarse ver el papel. Nos esperan jornadas apasionantes en este duelo bajo el sol por el poder de las tinieblas de los pasillos oscuros del subterráneo. Igual la presidenta tiene que cambiar las medias de seda por unas tobilleras más adecuadas. Todo sea por el control del Metro: ese oscuro objeto político del deseo.

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