El sufrido público

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Lorca hizo una obra con el nombre de El Público donde aparecían caballos y pesadillas. Al público futbolero no tiene por qué gustarle el teatro, ni Lorca, ni los caballos, con sufrir las pesadillas tiene bastante. Ahora que vienen las tardes oscuras y los cielos bajos, ahora que sopla el vientecito racheado, es cuando hay que tener mucha afición para ir a un campo de fútbol.No es por señalar pero hay estadios muchos de la Castilla ulterior donde hace falta tener fe y creencias en valores superiores para soportar 90 minutos con empate a cero y un par de ocasiones de gol. O el Vicente Calderón, esa fábrica de sueños y de lágrimas donde a veces sale el genio pero las más de las noches te las puedes pasar frotando la lámpara. La definición de tristeza es salir del campo del Atlético, después de haber palmado, y meterse en un atasco en la M-30 mientras llueve, es de noche y te acuerdas de que mañana es lunes y hay que madrugar.
El público es siempre ejemplar, y el del fútbol casi celestial.Si los árbitros se quejan porque a sus hijos les dicen procacidades, ¿qué pueden decir al hijo de un espectador que sale de casa con el termo caliente, la manta, y el gorrito de lana? Es muy triste acabar hablando con el vendedor de cervezas de nimiedades mientras en el campo no pasa nada, tanto como comer las pipas que te ha ofrecido otro lobo solitario. Las cáscaras en el suelo son la alfombra que tejen los desesperados. Pagar por un abono el precio de una herencia para disfrutar tanto como un enanito de jardín no es rentable. A vista de presidente y junta directiva: al sufrido espectador que le den dos capas de pomada, es muy bonito contemplar un campo desde el palco con calefacción y bajo techo, pero no todo en esta vida son bailes de azafata y trajes de Armani. Desde el Coliseo romano hasta la fecha ha habido grandes descubrimientos científicos pero todavía a nadie se le ha ocurrido cómo calentar la piedra húmeda en beneficio de las posaderas propias. Los constipados futboleros acaban con más gente que la gripe del pollo, mientras la OMS guarda un sospechoso silencio. Es muy fácil ser aficionado en Brasil, donde la garotada aprieta carnes contra la camiseta y todos los saques de banda son saques de samba, pero hay que echarle narices para cumplir con el abono en los campos españoles cuando llega el tiempo de las castañas.

No es por desanimar pero este fin de semana han dicho que entra otra borrasca, a lo Corcuera: patada en la atmósfera y adelante sin pedir permiso. Son los días que le gustan a la abuela de la fabada y al oso del anuncio que resbala por la nieve. Además, es puente de difuntos, mal presagio. Hay días tan plomizos que incluso invitan a ver Cine de Barrio con esas películas de la edad en la que Sara Montiel ejercía de viagra viviente. Si al menos en los campos se viera un gol, o un pase en condiciones, o una jugada magistral. Cuando los entrenadores aplican la táctica destrozan la épica y uno va al fútbol para ver heroicidades, no jugadas de alto estado mayor. Lo mejor es hacer como Ronaldo: al campo sólo por contrato, según el brasileño donde esté un buen sofá, (para meter goles en casa), que se quite el frío de mausoleo de la grada.

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