Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
¿Quién me iba a decir que el sábado, a las tres y media de la tarde, coincidiría con el astronauta español Pedro Duque? en un vagón de metro? Es un tipo tan normal que pasa desapercibido, nadie le dio la brasa ni le pidieron autógrafos, nadie se alteró ni le señalaron con el dedo. Iba Duque en la Línea 4 acompañado de otros cuatro niños a los que les comentaba cosas gesticulando con la mano izquierda en la que llevaba un reloj grande (¿serán así los de astronauta?, ¿llevarán reloj?, ¿y para qué lo quieren si en la lejosfera no hay cines a los que puedas llegar tarde?). Creo que se bajó en Lista, o en Diego de León, no lo recuerdo porque para mí un astronauta cuando llega a su destino es en algún punto remoto del cosmos.
¡Qué duda cabe de que si un madrileño va a coincidir con Pedro Duque en un transporte será porque él ha bajado al metro! Me fijé en sus botas de gruesos cordones y se me ocurrió que no estaría mal hacer vagones del metro con ausencia de gravedad. A nadie le extrañaría ver a Pedro Duque boca abajo persiguiendo una uva, tal y como se le veía en las imágenes que llegaban de la estación espacial.
Un astronauta en el metro de Madrid es el mejor signo de que vivimos en una ciudad moderna, acostumbrada a todo.
Sí me pareció raro que el convoy arrancara igual que siempre, con el chirrido habitual. Con un poco de sentido del humor el conductor podría haber hecho la cuenta atrás antes de meterse en el túnel.
Prometo que en mi vida he estado más cerca de un embajador de las estrellas, él venía de dar un par de vueltas a nuestro planeta, el resto “cosmonautas del bonotransporte” íbamos a Sol.
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