Tanga y tangana

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Observo cómo en la lista de los 500 españoles más influyentes se escapa Anne Igartiburu, y más en concreto su tanga que va de boca en boca (en el sentido metafórico porque en el carnal parece que no cuela). Hay dos tipos de españoles: los que lo vieron en directo y a los que nos lo han contado. Confieso que estoy en el segundo grupo porque apenas seguí la ceremonia y en todo caso encallé la mirada en su escote que era el festivo estrecho de Mesina. Me quedé pensando en la cantidad de naves que se habrían hundido en aquel canalillo carnal, fornidos expedicionarios que hubieran osado adentrarse hacia el ombligo sin saber que a veces puede hacer efecto desagüe llevándose al más pintado en remolino. Creo que el efecto hipnótico llevó a millones de españoles a tomarse catorce uvas, hasta que Ramón García dio por terminada la conexión con un golpe de capa.
El tanga Igartiburu, o tang-buru, merece un cursillo de verano en alguna universidad en las que se debate sobre la epistemología de las tradiciones. Urge una explicación en Consejo de Ministros para saber si era cierto que se transparentaba, y en todo caso cuál era el mensaje subliminal que el Gobierno quería hacernos llegar. En la II Guerra Mundial hubieran tomado el movimiento de tanga por código cifrado, pero una vez superada la Guerra Fría los mensajes se mandan con sms y a correr. Si un ruso se enfada con un ucraniano lo que hace es cortar la llave de paso del gas y le joroba la ducha a un tipo en Roma. En estos momentos tener la llave de la cañería es mejor que manejar el maletín nuclear (vaya usted a saber en qué turbio garito de la noche moscovita fue empeñado por un antiguo agente del KGB). Los tiempos dicen que con una llave pequeña y con un tanga aún menor se puede desviar el curso de los ríos. Una tela así abre muchas puertas y oxida muchas tarjetas de crédito, por lo tanto influye.

En el caso de Anne será un tanga pijo y bobón: igual Mickey Mouse escondiéndose en una cueva o Peter Pan volando por encima del monte de Venus, un jeje inocente y que no molestara a las madres de familia bien. No podría ser de otra manera, algo que sus ochenta mejores amigas fueran capaces de compartir como el secreto mejor guardado en las meriendas del Club de Hípica. Se agradece que en la tangana política hayamos encontrado un tanga, el tanga de la paz, un complemento pensado para disfrutar de los paisajes naturales de España, y por lo verde evocador de los caseríos.De esa España rural que en ocasiones encuentra princesas de pedanía, barbies tan acolchadas como Anne para la que hay que pedir un estatuto de autonomía. Semejante tanga merece bandera, himno, debate parlamentario y un respeto. O, en su defecto, una exposición en el Reina Sofía.

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