Los buenos deseos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Lo bueno que tiene la Navidad es que sólo ocurre una vez al año, lo malo es que dura demasiado. Gracias a la labor machacona de los centros comerciales es posible empezar con el villancico cuando uno vuelve de las del veraneo, y eso afecta a la segunda corteza cerebral, es decir que cansa. Romualdo Críspulo Antón (nombre fingido y que supera en originalidad al auténtico), era un agradable vecino que cumplía con las tres normas del protocolo común de los ascensores: buenos días (por la mañana), buenas tardes (por la tarde) y buenas noches (por la noche). Romualdo Críspulo tenía pensado muchos y muy grandes deseos para este recién estrenado 2006: iría al gimnasio, estudiaría inglés y dedicaría más tiempo a sus aficiones favoritas: el cine, la música clásica y los helados de cucurucho.

Sin duda que afectado por agotamiento de pandereta, en la Nochevieja pasada sufrió una mutación genético-afectiva, según los vecinos se volvió majareta y según el SAMUR pudo ser debido a una subida de tensión instantánea. Este último dato lo descarta Romualdo Críspulo porque asegura que sólo suben de tensión quienes están conectados a un enchufe y él no tiene botones, ni toma de tierra. Mutó, se le volvieron los “ojillos coloraos” y le salieron escamas de salmonete. Y, en vez de recordar los buenos deseos, se ha comprado hoy mismo una Harley Dadvidson y se ha apañado unas patillas como El Pernales. Ha pasado de la música clásica al heavy y le gustan Metálica y El Mago de Oz (como a la ministra Carmen Calvo). Se ha prohibido ser simpático y a partir de ahora sólo dirá buenos días, buenas tardes o buenas noches, en función de lo que le pida el cuerpo. Las autoridades han tomado nota para aislar el virus y que el mal no se propague a la población. Es soportable que haya una persona que haga lo que le dé la gana, pero más de dos es epidemia. En el fondo se trata de una exposición prolongada a los rayos de la felicidad navideña. Un desastre.

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