El brazo incorrupto

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

En cuanto abran las tiendas salgo a la calle y me compro dos pares de calcetines blancos porque vuelve la moda retro. Un tal Tejero, un tipo hosco salido de las catacumbas de don Pelayo ha escrito una carta en la que dice algo de las avispas y la prudencia, metáfora burda, a tal caballero tal poesía. Lo ha hecho en el mismo espacio y lugar que el capitán del Tercio al que se le ahumó el pescado y a punto estuvo de saltar a la Península con su compañía, si no fuera por lo caro que sale pagar el billete de la cabra. Ya sólo falta que vuelvan a reponer Starsky y Hutch para situarnos mejor en la época de la Transición, cuando los cantautores todavía no eran multimillonarios y con un poncho andino se cruzaban siete inviernos sin un catarro.
Este goteo de reapariciones empieza a nublar mi vista, ya no sé si es nieve o caspa lo que predice el hombre del tiempo para los próximos días. Parece mentira pero están aquí, han vuelto, o a lo peor es que nunca se fueron del todo. Durante muchos años han guardado silencio de arqueta hasta que una mano imprudente les ha abierto la fosa, y detrás de la mano el brazo incorrupto (a Franco le iba el de Santa Teresa), si no andamos con ojo en breve veremos cómo bailan los zombis igual que en el vídeo de Michael Jackson. Me da miedo jugar con el dial de la tele porque lo mismo me encuentro al invicto inaugurando un pantano, ceremonia retransmitida en riguroso directo con dos obispos mitrados y secundarios que se parecen a Alfredo Mayo.

A los que mal escriben contra la democracia habría que procesarles, no tanto por delito contra el Estado sino por utilizar el nombre de Rimbaud en vano, si no saben hacer juegos malabares con la poesía que gruñan, así nos entenderemos mejor. Hay palabras que silban como balas y todas caen cerca de Bono, que se erige en dontancredo de los malos ratos, capaz de denunciar a título personal al columnista que ofendió a los militares como también de citar a los irredentos en el despacho para ofrecerles café con cese y dos azucarillos por si les parece fuerte de sabor.

Hasta que no encontremos el hueco de la cañería por el que asciende el hedor del pretérito imperfecto no vamos a quitarnos de encima este goteo de aparecidos descarnados, de monstruos aerofágicos, personajes fuera del tiempo con el reloj parado el día en el que entraron los nacionales por el puente de los Franceses. Y como a todos les da por ser literatos van a conseguir que perdamos la fe en la semántica antes que la fe en las instituciones. Contra estas voces de ultratumba debe imperar un criterio estético, todo lo que les envuelve es naftalina de banderas imperiales.Si no se les puede procesar por desacato al menos por herir el buen gusto.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*