Cocineros de nichos y otras locuras

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A Arguiñano le han salido unos competidores de muy mal gusto, me refiero a esos tipos que han levantado una tumba en Perelada (Girona), para hacerse un caldito con huesos de difunta. Macabro, asqueroso y repulsivo al mismo tiempo, hasta que no aclaren lo que han hecho con el líquido cocinado habrá que rogar a la población que se abstengan de beber a morro en los botijos. Noticia que podemos unir a otra que se produjo a principios de semana: un joven desenterró los restos del abuelo para llevarlos a casa.
Definitivamente estamos locos y lo que es peor: afecta a las tradiciones, hasta hace poco a nadie se le hubiera ocurrido sacar al abuelito de paseo saltando la tapia del cementerio. De tan extraños comportamientos se le podría echar la culpa a la capa de ozono pero es muy posible que también sea la alimentación y algunos fosfatos que vienen con las verduras. Ni a Allan Poe se le habría ocurrido una escena tan macabra donde los gusanos giran en la cuchara como si fueran estrellitas de la sopa, (Poe recrea un episodio parecido en ?El hundimiento de la casa Usher?: ?apartamos un poco la tapa del féretro, que no estaba aún atornillada y miramos la cara del cadáver (?) esa sonrisa equívoca y morosa que es tan terrible en la muerte?). Lamento que este comentario le estropee el vermouth del aperitivo.
Un loco al volante es capaz de provocar un accidente, y un loco en un cementerio una barbaridad ya sea con fines gastronómicos o para cumplir con un rito satánico. En el fondo también pudiera ser un llamamiento de las autoridades para evitar que atasquemos los camposantos, sólo la cremación asegura que nunca vendrán a molestarnos. Incluso si los antiguos faraones hubieran sabido que terminarían en museos de antropología, tal vez hubiera preferido ser consumidos por las llamas.
La paz eterna estaba muy bien hasta que llegaron los tiempos de especulación y allí dónde reposan cien muertos se pueden forrar mil vivos, construyendo pisos que es la mejor manera de ver crecer el oro. Nadie lo dice de manera explícita pero llegará un momento en el que nos paguen una recompensa si juramos querer acabar en una urna reducida. Los muertos en polvo son poca cosa y mucho más llevaderos, salvo el difunto marido de Sara Montiel que durante años estuvo esparciendo las cenizas por cuántas costas de la exclusiva se prestaran al juego. Hoy es el día del libro, no de los difuntos, pero la crónica del cementerio de Perelada es el mejor relato de terror de los últimos tiempos. Además, aquí somos muy dados al humor negro, por lo tanto no extrañe si aparece alguien diciendo que a la difunta nunca le gustó la sopa.

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