El gato que era lince

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El informe científico ha concluido rotundo: sí hubo una “eme”, en la M-501, pero no una “eme” de lince sino una “eme” de gato. Un gato de las tapias madrileñas que ha sido capaz de dividir a la comunidad científica en dos bandos. Dos posiciones y una misma mierda que hasta ayer era presunta y a partir de la fecha se confirma su autenticidad. Lo dice el informe del Laboratorio de Ecología Molecular de Doñana y entra en contradicción con la palabra de los ecologistas y el sello del Museo de Ciencias Naturales.

Lince suelto hubo: el que puso la cagarruta en la carretera de los pantanos, sin duda para evitar que otro lince especule con el suelo y se dañe el medio ambiente. Pero las trampas nunca han sido argumentos políticos sino trampas: para gatos, para linces y para bobos. La lógica decía que era imposible que aparecieran restos de lince ibérico en aquel lugar tan alejado de su hábitat natural, salvo que el animalito hubiera lanzado la pieza con mortero pero no hay cañones que arrojen excrementos.

Finalmente y para felicidad de los presentes se ha terminado el culebrón del verano antes de que los políticos tuvieran que catar la prueba guardad en una probeta de cristal. Se les habría puesto un aliento de fiera corrupta.

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