Calor extremo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Nuestro Dios es el kilovatio, por eso cuando se va la luz nos deja tan solos. Como tal divinidad nos tiene que proteger los alimentos congelados, la pantalla del ordenador, las imágenes de la televisión y el horno virtual de la cocina que es el microondas que gira con el desayuno todas las mañanas, la puerta del garaje y también el enchufe con el que recargamos el móvil.
Hemos llegado a un grado de dependencia tal de la energía eléctrica que cinco horas sin ella son una tragedia, pero las subestaciones eléctricas se flambean porque les pedimos potencia para el aire acondicionado a toda máquina, y aunque el kilovatio sea divino el cable por el que llega es de sección limitada. El genio que se esconde detrás del enchufe tiene un convenio colectivo que le impide hacer sobrecargas. En Madrid han reventado dos centrales eléctricas de barrio que dejaron a la ciudad en blanco y negro, es posible que todas las ciudades sin luz se parezcan a Bagdad. La escena promete repetirse en otros puntos de España; en Córdoba y Sevilla los termómetros alcanzarán hoy 42 grados, y con esa fiebre no se puede vivir.

Lo avisan en Protección Civil, (que es donde aún se conserva el valor del lenguaje castrense): llega el calor extremo, un peldaño más arriba del exceso de calor anunciado la semana pasada. El portavoz que lo dice se seca con un pañuelo bordado. Tampoco es una novedad, desde los tiempos de los fenicios siempre ha hecho un calor fatigoso en estas fechas, lo que pasa es que antes éramos más sufridores. Nos hicimos de la cultura del adosado y del ático a poniente, dejando atrás la virtud de la sombra y el buen consejo del botijo nacional bebido a tiempo. Eso sin contar la cantidad de coches negros que se venden y que se han adquirido sin tener en cuenta que esa tonalidad absorbe todos los colores y provoca efecto sauna.

Si tenemos calor es porque nos lo merecemos: por atacar la capa de ozono con el mal llamado de las lacas locas, y por vivir de espaldas al desarrollo ecosostenible. De alguna manera Dios, (el de toda la vida no el kilovatio), nos lanza una advertencia: «Si estropeas mi creación con tu estúpida manera de herir a la naturaleza, te dejo a oscuras con los congelados derritiéndose en tu absurda nevera».

Japón nos lleva un año de ventaja, el verano pasado su primer ministro, Junichiro Koizumi, decidió que curraba sin corbata y con ropa blanca. En cambio, en occidente, corbata con nudo de tres vueltas, chaqueta oscura y el aire acondicionado a toda mecha en el trabajo, un poderío espectacular, Siberia en La Mancha. Han creado al ejecutivo encapsulado del que su Dios, el kilovatio, se ríe cuando lo atrapa en oficinas sin ventanas. Y, si se te ocurre hablar de energía nuclear te llaman ateo (no creyente en el kilovatio que se produce de manera natural. Hasta que se deja de producir, claro).

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