Muslos de pollo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A la espera de una ley física que dé paso a una hipótesis sostenible, nadie sabe cómo pero cuando dos personas se paran ante un puesto del mercado ya se monta una cola, aglomeración humana que está en función de lo absurdo del producto a despachar. Y uno no está del todo de vacaciones hasta que no ha sudado en una cola de súper, hiper, mercado de barrio, mercadillo medieval, chiringuito o tenderete con helados de turrón. Los famosos inauguran verano con un chapuzón ombliguero pero el personal corriente, el de apartamento patera a compartir con familia política, si no se carga de bolsas de plástico obtenidas en colas, no disfruta en plenitud.
Llegado el ecuador de agosto (puente virginal en el que se está obligado a la vacación por narices), quien más quien menos se ha chupado unas colas de híper con denominación de origen. En una incursión de antropología en chanclas he observado que el producto estrella es el muslo de pollo (no es nada científico, pero tampoco nadie le pidió explicaciones a Newton cuando compraba manzanas). Los vacacionistas del Mediterráneo adquieren inconmensurables cantidades de muslos de pollo que de manera natural aplaca las iras gástricas de la unidad familiar. El muslo de pollo apilado en bandejas de corcho blanco tiene algo de festín erótico de pobre, resultan un catálogo de prótesis para bailarinas jubiladas: tobillo fino y carne torneada en la opulencia. Si los pollos llevaran tacones las revistas de aves se venderían junto a las porno.

Parecerá un absurdo: la cola ante la pollería es la última moda, lo que se lleva. Y, aunque pasen los minutos en una espera insoportable de calor, moscas y empujones (ojo con los rozamientos en traje de baño), uno sabe que obtiene un trofeo práctico. Otros hicieron una cola tremebunda para ver a los Stones en Valladolid y se quedaron con el papel en la mano, huérfanos de la descarga del rock and roll porque Mick Jagger cogió una afonía de monje lector. La tos seca producto de una corriente inoportuna es fatal, quién sabe si también ha intervenido la edad provecta del eterno chico malo. Los Stones nunca hubieran triunfado en la época del cine mudo; hace falta que sus canciones te muevan con meneíllo sísmico musical.

Fue la única cola altruista del verano, hecha por simpatía por el demonio, porque si se hubieran fijado en los muslos de Jagger, o de Richards, no les hubiera merecido la pena.

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