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La cultura del error es un género por descubrir

agosto 4th, 2004 - Libros, Rafa en la prensa - Sin comentarios

Por: EMILIO LAHERA

Rafael Martínez-Simancas lleva más de veinte años ejerciendo el oficio de periodista. En el año 2001 obtuvo la Antena de Oro por la dirección creativa de Onda Cero y por el resumen de tertulias que hacía en La brújula del mundo, con Victoria Prego. Es también columnista de El Mundo, La Gaceta de Salamanca y el Boletín de la Tarde. Acaba de publicar el libro Estoy en el candelabro, editado por La Esfera de los Libros.

Pregunta: Oiga, ¿es tanta la estulticia existente?

Respuesta: Sin duda que usted, audaz periodista e informado crítico, intuye la respuesta: sí? es mucha, es tremenda, es apabullante, es como un eco de botellas de gaseosa vacías, es nada de ida y vuelta. La estulticia más que inundar, pringa. Caer en sus redes es peligroso: uno se deja el cerebro en casa y a partir de ahí todo es terrible. Ahora bien, entre la estulticia hay grandes pensamientos, no olvide que la cultura del error es un género por estudiar. Me refiero a esa gente que acierta cuando se equivoca.

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Diferentes formas de combatir el calor

agosto 4th, 2004 - Sin categoría - Sin comentarios

Por: EMILIO LAHERA

Ser o no ser, estar o no estar, dónde, cuando, con quién. Infinitivos negados por la reflexión que convierte en dudosa cualquier identidad, cualquier paisaje, cualquier lugar en el tiempo, huidizo como el llanto de los niños cuando todavía no saben quiénes son y todavía no saben que el estar tiene una negación con terrible nombre propio como es el de Ausencia. Estoy en el candelabro es el título del libro de Rafael Martínez-Simancas por el que hemos pasado los ojos para que nuestra mente se desperezara del calor; también sobre Las Américas, otro interesante texto de Felipe Fernández-Armesto, en el que revisa el devenir histórico de aquel vasto continente que se conoció como “Las Indias”. Dos propuestas de lectura muy diferentes.

Título: Estoy en el candelabro
Autor: Rafael Martínez-Simancas
Editorial: La Esfera de los Libros
Precio: 16 ?

Rafael Martínez-Simancas (no confundir con el otro, a quien le falta nada menos que el período de la izquierda del guión: Martínez, entre otras cosas porque éste estaba aquí antes) es alto pero no rubio, por lo que nunca se podría equiparar a la cerveza; en realidad es calvo, desde muy temprana edad; pero, en su caso, la calvicie tiene dos consecuencias: una, que de él nadie podrá decir nunca -como se puede decir de muchos con poblada cabellera, e incluso calvos- que tiene la cabeza sólo para peinarse; dos, que permite ver el brillo de su bruñido cráneo, un brillo que no se debe al uso de lociones especiales sino, estrictamente, al talento. Por lo demás, es un ser muy poco normal, exceptuando que es periodista; aunque también ahí se desmarca: es un hombre de radio y, sin embargo, habla poco; y escucha mucho, quizá más de lo conveniente para su salud; muchas de las cosas que nos gustan de algunos programas de radio que llevan afamados “conductores” se deben a él, quien, más que hablar, trabaja en la luminosa penumbra de la creación radiofónica. En la foto de la solapa del libro nos mira directamente en primer plano y, aunque parece que sonríe, en realidad se está riendo; solo que la carcajada está encerrada -por si acaso- en un gesto hermético e indescifrable que puede llegar a turbar a quien nunca haya realizado ese complicado ejercicio.

Nos trae ahora un libro, Estoy en el candelabro, que subtitula Y otros nardos en la palabra, en nada escondido homenaje al desaparecido Lázaro Carreter. Son 300 páginas sembradas de escogidos “nardos” pronunciados por la boca de todo tipo de gentiles del mundo entero, desde Jeb Bush a José María Aznar, Idi Amín Dada, el príncipe Felipe, Fidel Castro, Alfonso Guerra, Richard Nixon, David Bustamante, Esperanza Aguirre, Silvio Berlusconi, Mar Flores, Ana Obregón, Victoria Adams y otros muchos personajes y personajillos de la apasionante historia de la que formamos parte; el título del volumen se debe a Sofía Mazagatos, que en un momento de lucidez articuló: “Me gustan los toreros que están en el candelabro”, frase más o menos de la misma gloriosa época en que nos regaló otra tal “Me encanta cómo escribe Vargas Llosa. No he leído nada de él pero le sigo”. Épicas expresiones de legítimos deseos y satisfacciones de un personaje que, merecidamente, está también en el candelabro.

El conjunto de las frases recogidas (cuya selección imaginamos ha debido ser una labor difícil dada la cantidad de tela que hay para cortar), bien que tiene su enjundia, no es lo más interesante del libro, sino los textos que motivan en la pluma de Martínez-Simancas. Son textos de dos, tres o cuatro páginas en los que lleva a cabo un desguace de la frase, un recorrido por las íntimas motivaciones que la generan o la pueden generar; una disertación bien histórica, sentimental, psicológica, emocional o sociológica, pero siempre con un afilado sentido del humor, nunca bastardo y chabacano sino culto; y, por si fuera poco, excelentemente escrita en la lengua de nuestros mayores.

De tal manera, el mayor interés radica, como decimos, en el trabajo de desmantelamiento y disección debido a la originalidad del tratamiento en el que se mezcla el imaginario del autor con otros como el de Jardiel Poncela, Gómez de la Serna e incluso el de Cela antes de que Cela perdiera interés. Los apóstrofes que lanza como dardos se transforman en nardos precisamente porque el autor practica la piedad y la bonhomía, una actitud que aflora desde la sabiduría de entender que el asunto es incorregible, que no tiene remedio y que lo peor está todavía por venir. Hay, pues, un toque de amargura cual es la del observador ya impasible a fuerza de ver el estado del patio del mercado de la aldea global. A través de sus textos se puede conocer a un autor, averiguar sus fobias y sus filias; y en este caso, deducir que, para su mal, es un librepensador sin ataduras a quien tampoco la situación le subleva porque poco espera ya de la estulticia; en realidad se ha convencido de que no debe esperar nada, y, por no esperar no espera ni al autobús, del que, de hecho, parece haberse apeado hace rato como quien se apea del mundo.

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