La lengua de Peñafiel (autor Iniciatus) escrito en elconfidencial.com

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Es posible que a ustedes, que son casi todos envidiablemente jóvenes, la peña periodística Primera Plana les suene a cosa un tanto antigua, de otro siglo (del pasado, para ser exactos). Los desmemoriados quizá caigan en lo que les digo al recordar que ese grupo de periodistas, que se dedican muy mayoritariamente a la información ?del corazón?, entregan cada año, más o menos desde los tiempos del Tratado de Versalles, los premios Naranja y Limón, que honran a los ?famosos? que, respectivamente, se muestran más amables y más cardos son con los informadores.

(Pausa para respirar. La otra mañana me decía Jesús Hermida: ?¿Tú te das cuenta de a qué velocidad cambia el significado de las palabras? La palabra famoso, por ejemplo. Hace veinte años, famoso era Cela, que haría muchas cosas raras, pero que había escrito La Colmena. Ahora, famosa es Belén Esteban. Y sale ese señor, Julián Muñoz, y suelta ante los micrófonos: ?¡Nosotros, los famosos, tenemos derecho a que se nos respete!? ¿Ves? Ser famoso, antes, era una circunstancia, incluso una consecuencia de determinados méritos. Ahora es una profesión?. Estoy de acuerdo con el maestro. Y me alegro por mucha gente que, de no ser ?famosa?, ¿qué sería? Aparte de hacer todo eso tan lucrativo que le ha llevado a la cárcel, ¿qué más sabe hacer ese señor Muñoz? Es cosa que ignoro por completo. Fin de la pausa).

No voy a meterme con la peña Primera Plana porque, además de gloriosos ancianitos fundadores y de gente como Mariñas o ese tal Alix, que a mí me da una alergia invencible, allí están grandes y admirados periodistas, como Amilibia o nuestra Paloma Barrientos. Y el presidente de la peña es, ahora mismo, Luis Melero. Así que déjenme que sea amigo de mis amigos, ¿eh?

La peña se reúne a comer todos los martes en torno a un invitado a quien preguntan cosas. Fue Melero quien me propuso acudir al almuerzo del otro día, en el hotel Miguel Ángel. El protagonista era Jaime Peñafiel, a quien yo profeso un sincero e invariable afecto desde hace muchos años. Melero me aseguró que también estaría Rafael Martínez Simancas, uno de los genios del humor que hay ahora mismo en la Prensa. Por cierto, ¿saben qué mensaje tiene grabado Simancas en el buzón de voz de su móvil? ¿No? Pues es éste:

Suena una voz gangosa y cantarina que dice muy deprisa: ?Buena tarde. Soy segletalio japoné de siñor Martínesimanca. Tú deja mensaje cuando oye gong. ¡Gonnng! Ya puede, ya puede?. Y luego el pitidito?

Llegué, como suelo, antes de la hora. Saludé a Melero y de pronto me hallé completamente sitiado por un señor al que yo no había visto en mi vida y que me soltó, del tirón, lo que sigue:

?Hola, encantado de conocerte. Me llamo Juan Carlos Ruiz y he escrito un libro muy entretenido, muy ameno y maravilloso.

?Ah.

?¿Hablamos de tu próstata?

?Hombre, es que ahora mismo vamos a comer y no creo yo que sea el tema de conversación más adec?

?No, no, es que mi libro se titula así, ¿Hablamos de tu próstata? Está muy bien escrito y es de lo más entretenido.

?Me lo figuro, me lo figuro.

?Verás. No conocemos a nuestra próstata. ¿Tú sabes por qué en China no existe el cáncer de próstata? No, ¿verdad? Pues es por la alimentación. Como consumen tanto arroz y tanta soja, la próstata les va fenómeno. Pero los chinos, en cuanto viajan a Occidente, empiezan a padecer de la próst?

Vi que llegaba Peñafiel y me libré sin contemplaciones de aquel apóstol de la prostacidad contemporánea, me acabo de inventar la palabra y espero que exista; si no, que la pongan. Mejor dicho, se lo endilgué a otro, porque el pelmazo, sin perder un solo segundo, enganchó por el brazo a otro comensal y empezó de nuevo con toda su alma: ?Hola, encantado. Me llamo Juan Carlos Ruiz y he escrito un libro maravilloso y de lo más entretenido. ¿Hablamos de tu próstata?? Creí oír un grito de socorro, pero yo ya estaba con Jaime.

Peñafiel, a su edad, está guapo, ofrece un aspecto admirable. A mí a veces me da por pensar que duerme, de okupa nocturno, en el Panteón de El Escorial, donde no hay una sola bacteria ni una mala idea dinástica que turbe el augusto reposo de los Grandes Reyes. Jaime tuvo durante muchos años una relación envidiable, casi diría que un afecto personal, con la Familia Real. Eso se rompió hace mucho, en circunstancias muy dolorosas para él, y desde entonces ya no tiene la información directa que tenía. Sigue sabiendo mucho, pero aquellas fuentes han dejado de manar. Se limita a hacer análisis de lo que sabe o cree adivinar, a juzgarlo, a opinar. Naturalmente, en contra: sangra por la herida, le guste o no. De ser el más honesto monárquico que había en el papel couché, se ha convertido en un republicanote anticortesano que, a pesar de serlo, exige de la Familia un comportamiento medieval, un puritanismo que ninguna Casa Real del mundo (salvo la japonesa, pero eso no es una Casa Real, eso es un Escorial de dioses medio vivos) tiene hoy.

Lo que conserva el buen Jaime es una lengua que, el día en que se la muerda, nos ponemos todos sus amigos de luto, porque cae fulminado. Yo sólo puedo repetir aquí, de todo cuanto soltó por esa boca el granaíno, apenas una frase magnífica: ?La Casa Real ha pasado de Sabino a Sabina?. Aludía Peñafiel al incombustible Fernández Campo, el último ?padre? que tuvo el Rey, y al poeta Joaquín Sabina, que ha tenido la increíble desvergüenza de hacer público un chiste que le contó la princesa Letizia en una cena privada. El chiste de funambulistas, grosero y muy poco gracioso, iba sobre ella misma. Cotillear con eso, ustedes disculpen la expresión, es una cabronada de las que no se perdonan jamás. Pero, como decía Jaime, es una cabronada merecida, casi buscada: los Príncipes, yendo a aquella cena, corrieron un riesgo que no se puede correr cuando uno tiene el trabajo que tiene.

A los muy escasos contertulios de Primera Plana, la verdad, les daba más o menos igual el presunto problema sucesorio-leonórico que se plantearía si el vástago que esperan ahora mismo don Felipe y su esposa es varón. La inmensa mayoría estaba convencida de que no habrá nuevas guerras carlistas por una cosa así. Pensaban casi todos que la Monarquía, en España, durará muy poco más que don Juan Carlos. Porque falta vocación en el relevo, decían?

Peñafiel, que no necesita ganar más dinero para vivir como un jeque durante el resto de su vida; que se ha reconciliado (esto sí me asombró), después de veintitantos años, con Eduardo Sánchez Junco, el tipo que le echó de ¡Hola!, entraba al trapo de todas las preguntas y decía cosas sobre el Príncipe, sobre las infantas, sobre los negocios de Urdangarín y, desde luego, sobre Letizia, que no deberían decirse nunca delante de periodistas. Supongo que él sabrá por qué lo hizo. Creí distinguir en sus ojos una gota de descomunal y creciente rencor que puede que tenga, eso no lo sé: yo nunca se la había visto antes.

Acabamos recitando él y yo, a dos voces, a Gutierre de Cetina y hablando de Franco, que eso tiene menos peligro. Recordamos aquella cacería memorable de febrero de 1964 ?él estaba allí? en que Manuel Fraga, que no había cazado en su vida, se presentó en la finca de Santa Cruz de la Mudela vestido de austriaco, de ?extra? alpino de las películas de Sissi, con sombrero verde de fieltro y pluma en la cinta, y le acertó, a la primera, a una perdiz de descomunal tamaño que vio por la mirilla.

Tan descomunal que no era exactamente una perdiz: era el culo de Carmen Franco Polo, la hija del dictador. Si en vez de perdices hubiesen estado cazando venados, que llevan otra munición, Nenuca, marquesa de Villaverde y madre de esa chiflada gorda y bailongona de Carmencita Martínez Bordiú, se hubiese quedado en el sitio. Pero la hoy suegra del cántabro ?Pedro Picapiedra? sólo quedó malherida y propició una frase asombrosa del ?caudillo?: ?El que no sepa cazar, que no venga?. Y ni siquiera quitó a Fraga de ministro, cuando los alcaides de las más lúgubres prisiones de España ya andaban, entusiasmados, mandando disponer grilletes y calabozos para el ?Nemrod? de Villalba.

Así terminó la comida. Nos dimos un abrazo: ?Tenemos que vernos más, Jaime?, sonreí yo. ?Eso mismo me decía Letizia?, se mondaba él. Salíamos del hotel cuando oí una voz a mi espalda: ?Pues, como te estaba diciendo, la próstata?? Me lancé a un taxi con el mismo juego de cintura que usa Pau Gasol para colarse entre la defensa contraria y arrear un mate de los de bandera. Cuando hace falta, no estoy tan

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