El fin no justifica los medios

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

¿Hizo bien el padre al sustraer la cámara con la prueba? NO

Legitimado por actuar en salvaguardar un bien mayor (la integridad de su hijo), el padre del niño agredido (en adelante Alfa) cometió un presunto hurto al quitarle el teléfono al presunto agresor (en adelante Beta). Acción que no es justa; comprensible tal vez. La legítima defensa, con toda la proporcionalidad que conlleva y tomada en el sentido paternalista, nos llevaría a pensar que Alfa tendría que haber grabado a Beta en plena fechoría, valiéndose de las artimañas que la tecnología ofrece, quizá un bocadillo trampa con una cámara adosada al pan. El Derecho le ampararía de haber cumplido los tres requisitos de una defensa legítima: repeler una agresión con medios proporcionales, hacerlo tras una provocación y no causar un mal mayor del que pretendía cometer el agresor.

Si dejáramos que todos los Alfas que tienen fundadas sospechas de algo acometieran contra los Betas por presuntos, entraríamos en la locura penal de lapidar a diez mil inocentes con la seguridad de que «alguno algo habrá hecho, aunque sea dejar la bicicleta en doble fila». En realidad Beta ha puesto en antecedentes a otros padres (en adelante Gammas) para que inicien un revisionismo histórico de patio de colegio que puede resultar muy peligroso. Aquello de róbale el móvil al compañero de tu hijo porque algo malo habrá hecho, o seguro que estará a punto de hacerlo. Elaboremos el teorema de los Gammas: «Todo niño inmerso en un aula experimenta un empuje de odio hacia fuera proporcional a la ira que desplaza el volumen de maldad que le rodea». En resumen: ¡cómo para fiarse de los compañeros! Los Alfa son de los que cuando dejan a su hijo en la puerta del colegio les despiden con indicaciones de comando: «Suerte hijo mío, que cumplas con tu misión. Y ahora sincronicemos nuestros relojes». En ese sentido hacen falta los Betas porque así les refuerzan la idea de que si el hombre es un lobo para el hombre, el niño es un cocodrilo en pantalón corto.

Es el pensamiento del recelo aplicado a las relaciones vecinales primarias. En realidad Alfa se vio despojado de la defensa adecuada, no hay protección jurídica si no se aportan las pruebas; las collejas de patio no dejan marca física, son pequeñas torturas chinas aplicadas en dosis físicamente soportables pero síquicamente insufribles. La bota malaya se inventó en un recreo, luego el uso la hizo menos cruel. Por supuesto tengamos en cuenta que Beta nunca habría confesado la tropelía si no aparece un juez que le llama tras visionar la grabación, (su papel de malo social tiene que cumplirlo con todas las consecuencias). El agravante de exhibición pública se le debería aplicara a Beta porque pudiendo quedarse en el hecho delictivo para regocijo propio, le añade publicidad en espacio abierto y común. Es como si Beta tuviera por finalidad la consecución de un diploma al mejor videocámara aficionado, cuando no hay calidad la crueldad suple el espectáculo; de ahí el cine gore.

Aquí se demuestra que hay instituciones como el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid que son perfectamente prescindibles. Si Alfa hubiera encontrado protección en el Defensor, Beta no habría llegado a grabar las agresiones. Parece que los niños son ingobernables y que algunos patios de colegio son peores que Fort Apache; con las zonas de sombra del Defensor del Menor se podría construir el mapa de la cara oculta de la Luna. Esta teoría no sé si es completa pero sé que es suficiente para explicar el caso en el que Alfa hurtó a Beta el teléfono móvil para defender un valor superior: su hijo. Siempre y cuando padres, profesores, sociedad, alfas, betas, gammas y Defensor del Menor hayan leído a Aldous Huxley, y crean en un mundo feliz.

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