Los palmeros aclaran su voz

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

De aquí a las elecciones de mayo, (poco), Madrid se va a transformar en una novia a la que le ponen lazos por todas partes. Lo suyo es que cada día tengamos una cinta que cortar, un mercado que visitar o unas palabras que pongan luz y alegría en un futuro mejor. Los políticos y los niños son los únicos convencidos en que el futuro no llega nunca, por eso prometen sin compromiso. Para ese cometido de la caravana de inauguraciones hace falta contar con unos buenos palmeros que griten al unísono y acallen las posibles críticas vecinales. Unos palmeros que digan «¡ole la grassia que tiene er zeñorito!» pero colocando bien el matiz; por una palmada a destiempo se han echado a perder grandes veladas de cante flamenco. Así que al igual que se cuidan los discursos y se procura que la inauguraciones aparezcan en las teles, hay que dedicar un tiempo al ensayo de los palmeros tomados como un colectivo afín de percusión inagotable. A ese efecto, tanto gobierno como oposición, disponen de unos garajes camuflados donde se imparten doctrina y formación del espíritu regional. Son unos locales de ensayo que suelen estar tapados por unos carteles antiguos de circo, a los que se accede por una puerta herrumbrosa. Están a mitad de camino entre local de ensayo de grupo heavy y garito antisistema. En esos lugares cada formación prueba sus gritos y sus rimas.
Una reunión de palmeros tiene mucho que ver con una sesión de tupperware, se entiende que sólo participan los que están muy convencidos y a los que no hace falta aleccionar porque ya se entregan de cuerpo y alma. Pero no todo el mundo está capacitado para ese puesto y pudiera ocurrir que los descartados padezcan el síndrome de la majorette despechada; personas que son rechazadas en un cometido para el que creen que han nacido destinadas. El palmero es un escalón más que el militante, es el que no se pierde una y colecciona todas las fotos de actos inaugurales posibles. Y no habiendo campaña electoral puede subcontratar su talento en la inauguración de las rebajas o directamente buscando cámaras de televisión en la calle Preciados, con tal de opinar de lo que sea.

Al igual que la palma emotiva la voz debe cuidarse como arma de seducción masiva. Un «¡viva Espe!» a tiempo, o un «¡ole mi Sebastián!» bien colocado, tienen su importancia. Pero tiene que ser varios tonos por encima de la masa parlante. La Scala de Milán subestima la labor acústica del palmero de inauguración, un coro de nibelungos formado por ellos sería capaz de ensordecer a una tribu de pigmeos. Realmente hacen el trabajo no tanto motivados por una ideología, sino por el placer de salir en la foto y luego comer canapé de tortilla junto al candidato.

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