A Zapatero le dan la tarde

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Los científicos reunidos en París concluyeron que el calentamiento de la tierra es irreversible; en efecto, la calle en Madrid ha subido unos cuantos grados en el último mes. La manifestación de ayer tenía dosis de revancha en contra de la anterior convocada por fuerzas de izquierda, el mismo asfalto, el mismo recorrido, pero dos formas diferentes de entender el final de ETA. El cambio climático se notó en la suelta de globos rojos y amarillos que subieron al cielo no exentos de turbulencias atmosféricas. Había ganas de cantarle las cuarenta a ZP.

La llegada de los políticos populares fue por un pasillo abierto que tenía mucho de estreno de cine (quizá la comparación con los Goya sea perversa). Entraban al paseo de Recoletos por Bárbara de Braganza, mujer de Fernando VI, que reunía todos los nombres de una señora bien de derechas: María Magdalena Bárbara Leonor Teresa Antonia Josefa. De los primeros en pasar, Rajoy y Gallardón. Los políticos del PP hacían cola para saludar a los micrófonos. Allí esperaban Ana Pastor, Teófila Martínez, Javier Arenas, Zaplana, Miguel Arias, todos en atasco popular. Aclamado Acebes con muletas -le falla el apoyo izquierdo-, y también muy vitoreado Fraga. Rita Barberá iba de un lado a otro de las vallas repartiendo manos, en movimiento de moros y cristianos. Los últimos en incorporarse, a punto de cerrar la línea de salida, fueron Esperanza Aguirre, Aznar y Ana Botella.

La manifestación echó a caminar con notables dificultades. Se echaba en falta la presencia de Policía Nacional. Resulta insólito que estuvieran como es costumbre, así que hasta la curva de Cibeles hubo un serio problema de densidad humana.

Pronto aparecieron esos pequeños detalles que le dan color a una tarde. No tanto por las pancartas, más moderadas que en otras ocasiones: España no negocia, o Zapatero se te está viendo el plumero, sino por la contundencia en el mensaje oral. Alguien rompió con un «¡Zapatero dimisión!», y cuando la imaginación se arranca todo es creatividad improvisada. Notable labor la de un joven del servicio de orden que se hacía acompañar de un megáfono. En su mano portaba los cánticos, un misal para las grandes ocasiones: «¡Qué barbaridad, ponen una bomba y quieren negociar!», o un «¡España, España, viva España!». Rápidamente pidió que constara que había dicho «viva España» y no «arriba España», como la prensa malintencionada habíamos creído escuchar.

Ya que la Policía desapareció -es posible que la delegada del Gobierno no les quisiera pagar horas extras-, la marcha se desmadejó bastante. Así que Esperanza Aguirre cogió la linde del carril bus, alejada de la cabecera oficial, y no hubo ciudadano que no se llevara un apretón de manos o unas palabras de afecto. A su lado, Aznar, cada vez más en anuncio de fitness. Hubiera estado bien instalar un aplausómetro para saber a quién gritaban con más intensidad «presidente», a Rajoy o a él.

Un ciudadano se desgañitaba diciendo a los líderes populares: «¡Hay que ir a eliminar aquello!», pero como no dio más pistas nos quedamos con ganas de saber el destino. En el lado borde, una referencia cinematográfica: «¿Dónde están, no se ven, la familia de Bardem?», o una pancarta con fondo de la bandera nacional: Por una muerte digna, dejar morir a La Juana, en alusión al etarra De Juana Chaos.

Lo más insólito, la presencia de la UCE, Unificación Comunista de España. Un ciudadano le dijo a la joven abanderada con la hoz y el martillo: «Os va a echar Llamazares», a lo que la chica respondió: «Da igual, no estamos en Izquierda Unida». Había que hacerse toda la manifestación en sentido inverso, remontar como el salmón, para ver la foto de dos guardias civiles muertos por ETA. La llevaba un grupo de beneméritos de paisano con sus familias. Los de la foto se llamaron Irene y Jose Angel; ya no están. Fue una de las escasas referencias a las víctimas.

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