El monje al agua

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cuando termine el Año Lebaniego los monjes de Santo Toribio ya tienen plan: unas vacaciones en el spa del Balneario de La Hermida. De esta forma el balneario les quiere devolver la atención que desde siempre tuvieron los monjes con sus enfermos a los que recomendaban las propiedades termales de sus aguas. Desde hace más de un siglo las recetas acaban en el mismo lugar: ponga su cuerpo en remojo y deje que Dios haga el resto.
El monje al agua es una manera de bendecir su trabajo y de darles la importancia que han tenido en temas relacionados con la salud. Si las palabras curan, el agua es lo que realmente hace milagros.
Se supone que los franciscanos se sumergirán en las piletas del balneario sin hábito, sin chanclas, sin calcetines, (cuando un monje se quita los calcetines se queda desnudo como decía del alma San Juan de la Cruz). Y, entre burbujas de amor de Juan Luís Guerra, podrán experimentar en propia piel lo que siempre aconsejaron a otras personas. Por lo tanto se cumple un acto de justicia acuática, un acto de fe que como tal es insumergible y flota a pesar de las dificultades del ser humano.
Del chapoteo de los monjes saldrán nuevas oraciones y se cerrará un ciclo hidrológico: lo que el agua bendice al agua revierte. Es de justicia que disfruten de la experiencia termal aquellos que tanto han hecho por la salud colectiva. Flotar también es una experiencia mística, a veces mirarse la punta de los dedos es un estado de oración acuática y feliz.

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